Nuestra afición a las páginas porno fue la que
nos trajo a tu blog y al leer en el testimonio de Mercedes y Celia su afición
por los tíos retacos y fideos, por los «mierdecillas» como ellas dicen, se nos
ocurrió la broma que te voy a contar, porque da la casualidad de que tenemos un
vecino en el mismo rellano que es clavado a esa descripción. Un tío de treinta
y siete o treinta y ocho años que mide 1,60, o sea diez menos que nosotras, delgadito
y calvo y que está casado con una tía que de puertas para adentro tiene pinta
de ser una fiera de la hostia.
Sabíamos que los sábados salía a correr porque
lo habíamos visto alguna vez regresar, alrededor de la una, mientras estábamos
tomando algo en la cafetería que hay al lado de casa.
Un sábado, cuando volvió, lo esperamos en el
portal como si estuviésemos allí de casualidad y subimos juntos en el ascensor
hasta el octavo, en el que vivimos. Con la excusa de que el ascensor no es muy
ancho, y las dos preciosas humanidades
que somos nosotras lo llenábamos casi por completo, lo arrinconé al fondo
contra la chapa del ascensor enterrándole la cabeza entre mis estupendas
tetazas al tiempo que le guiñaba un ojo a Solange y ponía el índice recto hacia
arriba, indicándole que al mierdecilla se le estaba poniendo tiesa la polla.
Luego le pasé a él la mano sobre el pantalón del chándal y le dije con una
sonrisa lasciva:
—Huy… esto se está poniendo durito, eh —y
sonrió como un gilipollas.
Al llegar al rellano, Solange abrió la puerta
del ascensor, pero no me moví y seguí apretándolo contra la chapa haciendo unas
ondulaciones suaves con el vientre. Entonces le dije que era mi cumpleaños y
que por qué no entraba cinco minutos a tomar una copa antes de comer. Con lo
dura que tenía la polla no podía decir que no.
Dentro no perdimos el tiempo con rodeos. Lo
apreté contra mi cuerpazo hasta que su cabeza desapareció entre mis tetas y Solange
lo emparedó por la espalda pero enseguida se retiró porque él llevaba una
riñonera por detrás. Solange se la soltó y yo, apretando la cabeza del calvito
contra mis tetas para que nos viese nada, le hice señas a Solange para que
abriese la riñonera. Lo hizo. Dentro había unas llaves, un móvil y 45 euros. Le
guiñé un ojo para que se guardase el dinero y ella, riendo, se lo metió en el
sujetador. Esto me calentó y apreté más la cabeza del calvito, que estaba loco
comiéndose mis tetazas, porque siempre me ha excitado la idea de tener un
esclavo monetario, un tío al que sacarle toda la pasta hasta dejarlo pelado a
cambio de nada. Nunca intenté llevarlo a la práctica porque sé que eso no suele
durar ya que el tío al final siempre acaba queriendo una compensación por su
dinero.
—No seas tan avariciosa, déjame algo a mí
—dijo Solange. Me lo arrancó de los brazos, se quitó las bragas, se subió la
falda y señalándose el coño, perdido en la carne de sus muslos, le dijo—:
cómete esto, que después de correr toda la mañana tendrás hambre y las
proteínas de la carne te van a sentar de maravilla.
Él no podía disimular que estaba empalmado
porque bajo el punto fino del chándal la polla dura se le marcaba
completamente.
Se desnudó, se tiró en la cama, metió su
cabeza entre los muslazos de Solange y al cabo de un momento solo su calva
quedaba visible, lo que la hizo reír a ella.
—Fíjate, tengo un coco entre los muslos que me
está comiendo el coño —me dijo—, no sé si apretarlos para cascarlo —y se rió.
Yo también me quité el vestido y las bragas y me
tiré sobre el calvito en principio con la intención de cogerle la polla pero
luego pensé que de hacerlo se iba a correr al momento y preferí dejarlo
excitándose mientras frotaba el coño contra su culo.
De vez en cuando el mierdecilla levantaba la
cabeza medio asfixiado para respirar porque, por un lado mi peso sobre su
cuerpo y por el otro el coño y los muslos de Solange que le cubrían toda la
cara, le impedían coger aire.
Cuando Solange se corrió dije un “cambio de
pareja”.
Me tumbé con mi coño húmedo y ansioso de
lengua. Él miró el reloj y dijo:
—Son casi las dos, y a las dos mi mujer me
espera para comer.
—¿Y no prefieres comerte este coño sabrosón
que está esperando una lengua como la tuya que le saque todo su jugo? Huélelo a
ver qué te parece y luego te haremos una paja que te vamos a dejar los huevos
secos para quince días.
No fue necesario añadir nada más. Se lanzó
como un loco a comerme el coño y lo hacía cojonudamente porque me corrí en su
boca como una puta caliente.
Cuando nos serenamos cogí su polla y le dije:
—Te vamos a hacer una paja que vas a recordar
toda tu vida —y empecé a cascársela despacito mientras Solange le masajeaba los
huevos suavemente.
Cuando parecía que se iba a correr, Solange me
pidió que esperase un momento. Se fue y volvió enseguida con un pequeño vaso
que puso delante de su polla para que se corriese en él, y así lo hizo. Luego
le abrió la boca y le vació toda la leche dentro.
—Venga, trágatela para que tu mujer vea que no
nos hemos quedado con nada suyo y que te devolvemos con todo lo que traías.
En cuanto se lo tragó volvió a mirar el reloj
y dijo que se tenía que marchar porque pasaba de las dos y veinte, pero
entonces Solange lo cogió por sorpresa, lo tumbó boca abajo sobre la cama y se
echó sobre sus piernas mientras yo hacía lo mismo sobre su espalda, y casi nos
meamos de risa al ver al calvito mover los brazos intentando levantarse y
repitiéndonos que tenía prisa pero sin poder moverse porque nuestros doscientos
kilos no se lo permitían. Y para acabar la juerga Solange se pintó los labios
con un rojo fuerte y lo beso por detrás a lo largo del cuerpo para dejar la marca
del carmín de su boca, y por último, cuando ya le permitimos levantarse, a las
tres menos diez –todo sudoroso después de aguantar media hora el peso de
nuestros cuerpos–, lo besó en varios sitios del cuello para marcarle sus labios,
pero por la parte de atrás para que él no pudiera verlo aunque se mirase al
espejo. Era nuestro regalito para su mujer.
Nos quedamos en la puerta descojonándonos de
risa mirando cómo entraba en su casa, porque iba medio grogi y le temblaban las
piernas. Esperamos aún un momento por si se oía a su mujer echarle la bronca,
pero como no fue así nos metimos para adentro y nos preparamos una ensalada. Después
de los orgasmos teníamos hambre.
S. y N.