LOS CORNUDOS TIENEN CUERNOS


Había una idea que me rondaba la cabeza desde el momento en que me casé con el cornudo y que, aunque es una evidencia, casi nunca se da: ¿por qué los cornudos no tienen cuernos? Me refiero, obviamente, a cuernos físicos bien visibles.
Nunca lo había comentado con Inés, así que fui a buscarla para preguntarle su parecer.
Precisamente en aquel momento ella se encontraba con el cornudo. Lo había atado sobre una tabla, sostenida en sus extremos sobre sendas pilas de ladrillos de unos treinta centímetros, y los brazos se los había atado, muy tirantes hacia atrás, a una rejilla del suelo. Inés se sentó entonces sobre la cara de mi marido y le ordenó que le comiera el coño.
A los dos minutos de soportar el peso de Inés al pobre cornudo le dieron calambres en los brazos, de lo forzados que los tenía hacia atrás, y gemía con el dolor.
Inés, riéndose, le decía:
—Cómeme el chocho, cabrón. Cómemelo, que cuanto antes me des gusto antes te suelto.
Y a mí también me entró la risa al ver lo desesperadamente que movía la lengua el cornudo sobre el precioso coño de Inés para terminar cuanto antes y que le desatase los brazos. Parecía un perrito hambriento.
Cuando terminaron le expliqué a Inés mi idea sobre los cuernos. Me preguntó si había pensado en algo y le dije que viendo en televisión un reportaje sobre las fiestas de algún pueblo del norte, en las que se disfrazaban de vikingos, se me había ocurrido comprarle un casco de vikingo como los que aparecían en el reportaje, con dos bonitos cuernos, para que el cornudo lo llevase siempre por casa.
Inés lo meditó y me dijo que no le parecía buena idea porque eso era como llevar un anillo o un reloj, durante la primera hora sería consciente de que llevaba el casco, pero luego se acostumbraría y ya no tendría la consciencia de llevarlo.
Casualmente el fin de semana siguiente fuimos las dos a comer a un restaurante de la sierra. En la pared tenían disecadas las cabezas de un jabalí, un zorro y un corzo. Inés y yo nos miramos y ambas tuvimos la misma ocurrencia.
Aquello era lo que necesitábamos para el cornudo. Le pedimos al dueño del restaurante la dirección del taxidermista y a este le dijimos que necesitábamos unos cuernos vistosos y grandes, colocados sobre un pequeño casco, para poder usarlos de disfraz en una fiesta. Nos recomendó las astas de un ciervo rojo, que tienen casi medio metro de altura y se abren hacia los lados. Nos pareció estupendo y en cuanto las tuvo listas Inés le dijo a mi marido:
—Tenemos un regalito para ti —y le entregó la voluminosa caja.
Él la abrió y se quedó boquiabierto.
—Venga, póntelos —le dijo Inés.
El cornudo me miró como preguntándome si debía hacerlo.
—Póntelos —le ordené—. Desde hoy, en cuanto llegues a casa te los pones y no te los quites ni para dormir. Si eres un cornudo, tienes que tener cuernos.
Se los puso y se ató debajo de la barbilla la correa que servía para afianzar el casco y que los cuernos no se moviesen.
Ahora el cornudo de mi marido lleva permanentemente los cuernos y es consciente de ello, tanto por el peso como porque en cuanto olvida que los lleva puestos tropieza con el marco de las puertas o con los armarios.
Cuando no tiene nada que hacer le ordeno que se siente delante de un espejo y que se mire los cuernos hasta que le mande algo.
A mis amigas íntimas, cuando vienen a vernos, les hace mucha gracia y piropean a mi marido por lo bien que le sientan los cuernos y lo bonitos que son. Y como tiene barra libre con él, lo agarran entre las tres, lo desnudan y juegan con su polla mientras le acarician los cuernos.
Casi siempre le vacían los huevos porque en cuanto se la tocan un poco ya se corre, y ese es su único alivio, pues yo, evidentemente, no le permito follar conmigo. Si estoy caliente le dejo que me coma el chocho o le pongo un consolador que me he comprado, que ato en la parte posterior de su cabeza y le queda a altura de la boca, y me lo mete en el coño hasta que me corro.
A mis amantes también les resultan graciosos los cuernos de mi marido, y además de graciosos, prácticos, porque cuando el cornudo les tiene que chupar las pollas lo agarran por los cuernos y tirando de ellos le marcan la cadencia con que debe mamársela.
La última ocurrencia de Inés ha sido dibujarle un coño al cornudo con un rotulador entre los huevos y el ano. Después se pone su consolador y se lo folla. Cuando termina le mete un pepino, cada vez más gordo, en el culo. Se ha propuesto ensanchar el culo de mi marido hasta que ella y yo le podamos meter a la vez un brazo dentro de él.