TORTURADO POR TRES HERMANAS

Los dos días siguientes fueron bastante agradables. Ciertamente, RoseMary azotó un poco a su protegido, lo encadenó y le dio a conocer algunos tormentos exóticos.
Por otra parte, la injusta violación que había sufrido por parte de Malcom aún estaba presente en su espíritu e incluso en su carne, bajo la forma de punzadas extremadamente localizadas.
RoseMary se hartó de sus lloriqueos.
—¡Vaya historia por un golpecito de falo en el culo! —se quejó ella exasperada—. Tendrás que ser más sumiso te guste o no, pues te voy a confiar a Hortensia, a Imogena y a Cora. Y si después de todo esto, regresas a mí, entonces podré estar segura de que me eres adicto.
El solo hecho de oír pronunciar los nombres de las chicas hizo temblar a Gedeón, quien balbuceó su amor por RoseMary.
—Ya veremos si eres tan sincero como pretendes. Mientras, ¡recibe esto en el trasero!
Aprovechando su espanto, le hundió un falo artificial hasta los intestinos.
Al día siguiente, Hortensia vino a buscar a Gedeón.
Hortensia se reveló más juguetona que Rosemary y más imaginativa. No obstante, no parecía dispuesta a acordarle ni la menor satisfacción. Hortensia no ignoraba que al confiarle a Gedeón, su amiga quería vengarse de la ingratitud de su protegido. Por esto, Hortensia ya no le masturbó más mientras lo azotaba.
Los castigos que Hortensia le infligió debían ahogar en él todo deseo de rebelión.
Los castigos variaban. Había, por ejemplo, el del panecillo (bañar la polla de Gedeón en el café hirviendo y luego mordisquearla con apetito).
La peor diversión que Gedeón se vio obligado a conocer en el curso de aquella semana, fue seguramente el boxeo sin guantes, juego en el cual únicamente Hortensia tenía el derecho de golpear, y su adversario no tenía ni el de esquivar los golpes ni el de protegerse.
La última travesura fue ponerle una anilla en la nariz para regresar a casa de RoseMary, evitando así el temor de que se escapara del coche durante el viaje.
Gedeón añoraba a RoseMary.
Ciertamente, Hortensia se interesaba por él continuamente, pero de una manera cruel, incluso cuando pretendía jugar.
Al encontrar a su bienhechora, Gedeón creyó que su sueño iba a realizarse.
Cuando ella se desnudó ante él, a pesar de la tralla del látigo que ondulaba fuera del bolso, creyó que había llegado su felicidad.
¡Ay! Tuvo que desencantarse unos minutos más tarde cuando se dio cuenta de que RoseMary tenía otras ideas.
Gedeón se vistió como le ordenó RoseMary.
Al vestirlo de mujer en el momento que se disponía a demostrar su virilidad, RoseMary debía llevar alguna idea en la cabeza, lo que le hizo sentir un terror irreprimible.
—¡Vaya, sigues igual! —se indignó RoseMary mientras lo azotaba—. Pensaba que la estancia en casa de Hortensia te habría vuelto más dócil, pero como veo que no es así, ¡te confiaré a Imogena!
Gedeón imploró, juró que su único deseo era servir a RoseMary. Pero su bienhechora no quiso escuchar nada. Le ató al caballete de la sala de tortura y lo dejó allí toda la noche.
A la mañana siguiente, vino a buscarlo el capitán del yate de Imogena Chevrotine, la más implacable de las tres hermanas.
Satisfacer a Imogena era una vana ambición. Al contrario de su hermana RoseMary y de Hortensia, Imogena no esperaba ninguna clase de docilidad. Le gustaba hacer sufrir.
El arsenal de sus instrumentos de tortura volvía ridículos los sótanos de la morada familiar de las Chevrotine.
Todo y cualquier cosa podían servir a esta cruel criatura para torturar a los que tenían la mala suerte de caer en sus manos.
En medio de los tormentos, Gedeón imaginó con alegría el instante en que podría someterse de nuevo a RoseMary, sentir la dulce caricia de su látigo sobre la piel de la espalda, y los emocionantes cosquilleos de sus tacones de aguja. Incluso el falo artificial le parecía un suplicio soportable cuando Imogena lo torturaba.
Los sufrimientos que Gedeón soportó en casa de Imogena fueron tan intensos que cuando regresó al lado de su bienhechora era como un alumno vergonzoso y completamente sumiso.
Se esperaba una rudeza destinada a comprobar su docilidad, cuando RoseMary le sorprendió acogiéndole con amor. Así que pudo demostrarle sus jóvenes capacidades y, naturalmente, se dejó vestir de mujer con entusiasmo, dispuesto a aguantarlo todo a fin de satisfacer a RoseMary.
—Voy a enviarte unos juntos con Cleopatra, y ya verás cómo te gusta.
Durante su convivencia con Cleopatra, Gedeón fue de sed de lo que más sufrió.
Después de haber lamido los innumerables adornos de cuero, las medias y los dedos de los pies de Cleopatra, debía chuparla a ella misma durante tres o cuatro horas seguidas. Evidentemente, por medidas de higiene, le hacía enjuagar la boca con un detergente particularmente eficaz, pero poco refrescante.
Varias veces al día, se quejó de la sed que le atenazaba. Cleopatra le dio dos o tres veces esta satisfacción, pero luego, se hartó de aquella obligación. Y decidió abrevarlo únicamente una vez por día, pero de tal forma que se le pasaran las ganas de quejarse.
Aquel método funcionó perfectamente. Gedeón pasó una noche atroz y no se atrevió nunca más a pedir de beber...
A parte de una o dos bromas de Cleopatra que estimó de dudoso gusto, Gedeón guardó un recuerdo bastante bueno de aquellos días, particularmente en lo concerniente a los abrazos a veces barrocos, ciertamente, pero siempre excitantes, que Cleopatra le había dado a conocer.
Pero todo aquel placer se borró ante la alegría inmensa que experimentó al ver de nuevo a RoseMary. Hizo prueba de una tal docilidad, de una tal sumisión amorosa que su bienhechora abandonó sus látigos y sus zarpas, para violarlo aquella misma noche, suerte, de la que, naturalmente, no se quejó.

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(Texto compendiado del libro de Bart Keister RoseMary Chevrotine)

SILVIA: TRÁTAME COMO A UNA PUTA




Soy sumisa y me gusta ser tratada como una puta, con insultos, humillaciones, sadismo…

Para mí eso tiene mucho morbo porque de puertas para afuera, de cara a la galería, soy muy decente y formal.

¿Podrías contarme lo que me harías si me tuvieras a tu entera disposición?... Insultarme, golpearme, humillarme, exhibirme, ofrecerme… Todo lo que se te ocurra…

Cuánto más guarro sea lo que me dices más a gusto me correré leyéndolo.



Silvia (Castellón)
– Foto: Nobuyoshi Araki –

EL PLACER DE LA TORTURA

Antes de convertirse en el juguete de las tres hermanas Chevrotine, antes de haber tenido que soportar el encanto de sus arañazos, latigazos y otras delicadezas, Gedeón había tenido una infancia difícil.

El día en que Lady Goddard descubrió un mapa de Rusia en la cama de su vástago, le otorgó un castigo que perturbó al chiquillo. Horriblemente impresionada por la sensación de esta cosa innombrable creciendo contra su pierna mientras ella lo azotaba con viveza, se atrevió a molestar a su esposo, Lord Marmeduke.
Lord Marmeduke se puso como un loco cuando se enteró del horroroso incidente, y decidió dar inmediatamente a su hijo un brutal castigo.
Cuando recobró el conocimiento después del castigo paterno, Gedeón fue enviado a un pensionado extranjero, cuya disciplina se basaba en una original teoría descubierta por el director y propietario de aquel establecimiento.
El mismo día de su llegada, Gedeón fue rapado antes de tener el honor de ser embutido en un mono fundido especialmente a su medida. Después, añadieron a su uniforme algunos aderezos banales: cadenas, cánula, tacones altos, estrangulamiento del pene. Y así, fue conducido a una de las salas de estudio. Durante varios años, tendría que acudir allí a diario.
El procedimiento educativo se basaba en un simple principio de castigos y recompensas: cada respuesta equivocada suponía una descarga eléctrica en el ano y el pene.
Durante estos años de suplicio, Gedeón no conoció ni un día de descanso.
El director le aconsejó luego que se enrolara en la marina.
Cuando hubo ingresado en el cuerpo, Gedeón se dio cuenta de que la marina no podía enseñarle nada que él no supiera. Pero era demasiado tarde. Se hubiera tirado al agua en zona infestada de tiburones si, por azar, el ciclo de vacunas que había tenido que soportar no le hubiera llevado al borde de la muerte a las pocas semanas.
Cuando salió del estado de coma, se encontró en la enfermería de una escuela inglesa en Jamaica, desde donde tenía que ser repatriado a Gran Bretaña. La enfermera encargada de cuidarle en su convalecencia no era otra que RoseMary Chevrotine.
Habiendo oído hablar de aquel joven aristócrata atormentado, imaginó enseguida el provecho que podía sacar de una tal situación; y no le costó ningún trabajo conseguir que Gedeón le fuera confiado.
Antes de finalizar su convalecencia le preguntó si quería entrar a su servicio, sin ocultarle que tenía la intención de mantenerle bajo la más estricta autoridad.
Gedeón aceptó inmediatamente y cuando subieron al barco ya le pertenecía en cuerpo y alma a la deliciosa RoseMary Chevrotine.
Aunque adorable y encantadora, RoseMary Chevrotine tenía, de todas formas, algunos caprichos algo dolorosos para quienes la rodeaban.
Para evitar que Gedeón formulara alguna objeción, lo amordazó durante la semana siguiente, contentándose con mear de vez en cuando sobre él para evitar que se deshidratase.
Una vez desembarcados en Gran Bretaña, RoseMary y su esclavo se dirigieron a la propiedad de las Chevrotine.
El día de su llegada, invitó a su amiga Hortensia a tomar el té. Mientras la esperaba, se divirtió clavando alfileres en las yemas de los dedos de Gedeón, a quien angustiaba la idea de que una gota de sangre pudiera mancharle la ropa.
¿Qué iba a pensar Hortensia?
Evidentemente, no podía sospechar que Hortensia era tan cruel como RoseMary. Su amistad se basaba en este gusto compartido de hacer sufrir a los hombres.
Sin embargo, toda aquella violencia iba acompañada de algunas delicadezas, y al ser masturbado al mismo tiempo que le golpeaban, Gedeón comprendió que al fin había encontrado su lugar. Malos tratos y masturbaciones parecían ser su destino, pero únicamente le gustaban si venían de dulces manos femeninas.
Hortensia y RoseMary tuvieron la idea de ir a dar un paseo por los alrededores. Gedeón gozó de estos instantes de tranquilidad andando por verdes prados.
Las dos jóvenes desgarraron sus propias ropas y se pusieron a correr por la carretera en dirección a un motorista vestido enteramente de cuero.
— ¡Ayuda! ¡Nos violan! —se pusieron a chillar.
Explicaron al mocetón que Gedeón, al que pretendían no conocer, les había agredido para arrebatarles su virtud. Luego, pidieron al viril paseante la reparación de la ofensa y éste accedió encantado.
Sin otro comentario se despojó de su traje de cuero y dio por el culo a Gedeón mientras las dos amigas lo sostenían contra el suelo.
Hortensia cogió disimuladamente una piedra y aporreó con ella en la cabeza al motorista mientras este eyaculaba en el recto de Gedeón.
Gedeón tuvo que arrastrar al inconsciente motorista —que se llamaba Malcom— hasta el castillo de las Chevrotine. Tuvo incluso que llevarlo a la cama de su bienhechora, lo que le hizo sentirse algo celoso.
Cuando le pidieron que trajera el té, la visión del motorista desnudo en brazos de RoseMary le hizo gritar de rabia. Un minuto más tarde, era conducido a los sótanos del castillo.
Aquel día, Gedeón, loco de celos, perdió el control y llegó a cometer un sacrilegio que tendría que lamentar durante mucho tiempo.
Cuando RoseMary se disponía a colgarlo por los testículos, aprovechó un segundo de distracción de su bienhechora para apoderarse del látigo. Lo alzó encima de ella y, casi sin darse cuenta, lo dejó caer. El ruido del cuero sobre la suave piel de RoseMary le hizo comprender demasiado tarde la gravedad del sacrilegio que acababa de cometer. Al grito de su amiga acudió Hortensia, que traía a Malcom arrastrando por los pelos.
En cuestión de segundos, Gedeón se encontró atado, colgado y acariciado por todas partes por desgarradores latigazos.
En el transcurso de la noche y hasta una hora avanzada de la madrugada, la morada de la familia Chevrotine se hizo eco de los aullidos de Malcom y Gedeón.
A la mañana siguiente, dóciles y vestidos ambos con ropas de mujer, y cuidadosamente maquillados por Hortensia, fueron a servir el desayuno a RoseMary y luego fueron utilizados para satisfacer a las dos jóvenes de maneras diversas.
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(Texto compendiado del libro de Bart Keister RoseMary Chevrotine)
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