CÓMO CONSEGUIR LA SUMISIÓN TOTAL

Para convertirte en dominadora, querida, sólo es necesario temperamento y un mínimo de capacidad psicológica para saber reconocer a los sumisos, a los pelanas, a los bragazas, a los calzonazos a quienes podrás dominar y chuparles la sangre y el alma, además de la pasta, claro, que para eso están los tíos, para servir, para lamer y para pagar.
No debes confundir la falsa sumisión del enamorado, que tolera tu comportamiento, con la sumisión verdadera del ser al que dominas con tu persona­lidad, con tu estilo, y con unas hostias bien dadas.
Si eliges un hombrecillo más débil –corporalmente– que tú, tendrás la ventaja de que podrás dominarlo físicamente. Esto acortará el tiempo de doma, o, digamos, de la primera doma, ya que la doma de estos payasitos no debe acabar hasta que no les quede una sombra de autoestima o de resistencia, hasta que su obediencia sea total y sin cortapisas, porque los castigos podrán ser más contundentes y temidos por él.
Si por el contrario, querida, escoges a alguien físicamente más fuerte que tú, el tiempo puede ser mayor pero te proporcionará la indescriptible satisfacción de dominar, doblegar y humillar a esa masa de músculo hasta que se arrastre como un gusano baboso.
Una vez que has elegido a tu sumiso, lo primero que debes descubrir es lo que le gusta y, sobre todo, lo que teme y lo que le desagrada.
No necesito explicarte, querida, que saber lo que le gusta te ayudará a complacerlo cuando decidas darle alguna satisfacción, lo cual conviene hacer de cuando en cuando para mantenerlo expectante.
Conocer lo que teme resulta fundamental para amenazarlo y para castigarlo.
Por último, conocer lo que le desagrada, lo que realmente le desagrada, es la parte que yo considero básica para la doma. Una vez que tu sumiso haga sin rechistar, cuando tú se lo ordenes, aquello que le desagrada, repito, lo que instintivamente le desagrada, podrás considerar que la doma es casi total porque, como sabes, querida, los sumisos tienden a hacer sólo aquello que les gusta.
Obviamente cada sumiso tiene su personalidad y por lo tanto no puedo decirte qué es lo que a cada uno le desagrada, pero, por propia experiencia, sí puedo anticiparte que a la mayoría de los sumisos lo que les resulta más insuperable es aquello que se relaciona con el estómago, o sea con comer o beber cosas que les repugnan.
En muchos casos esto es superior a ellos porque intervienen mecanismos instintivos ante los que la voluntad nada puede. Influyen actos reflejos, y sobre esos actos reflejos, querida, es sobre lo que tú debes trabajar para anularlos hasta que el sumiso sea un pelele en tus manos capaz de vencer incluso sus ascos por complacerte.
Comprobarás que con estas pruebas el sumiso sufre verdaderamente, pero que eso no te preocupe, al contrario, gózalo y que se joda. Sabe muy bien que toda mujer es superior a él y por ello, cuando se lo ordenes, debe ser consciente de que ha de rebajarse hasta la mayor iniquidad para complacerte.
El sumiso sabe también que para el ama él no es más que un perro, en realidad es menos que un perro, pues yo trato a cualquiera de mis perros mucho mejor que a mis sumisos, y de hecho ya he obligado a alguno de mis sumisos a chuparle la picha a mis perros. Así que, ya que es un perro, nada mejor para empezar que hacerle probar la comida específica para sus congéneres: los perros.
Exígele que coma algún tipo de pienso canino, evidentemente servido en un plato sobre el suelo para que lo coma a cuatro patas y sin tocar nada con las manos. Luego méate en otro plato, llano, por supuesto, y pónselo al lado para que beba valiéndose tan sólo de la lengua. Ah, querida, te recomiendo el pienso porque las latas de comida preparada para perros que anuncian en televisión contienen ingredientes que en ocasiones podrían resultar perjudiciales para la salud humana, por tanto, aunque la salud de tu sumiso te importe comino, sólo debes hacérselas comer en el caso de un castigo extremo.
Obviamente, querida, el esclavo sólo demostrará su total sumisión cuando te haya «comido» a ti.
No me refiero, como comprenderás, a que se trague tu saliva o a que reciba tu lluvia dorada en la boca. Eso es algo que hasta el sumiso más primerizo y torpe hace y con bastante placer en la mayoría de los casos. Me refiero, naturalmente, a que acostumbres al sumiso a recibir tu mierda en su boca. Al principio confórmate con eso, con que reciba la mierda en su boca de gilipollas, sin tragarla, para acostumbrarse a su sabor y olor. Ante el mínimo gesto de asco o desagrado no dudes en castigarlo rigurosamente. Si estás descalza, querida, te recomiendo que le pegues dos o tres patadas en los huevos, que es un castigo siempre eficaz.
Cuando te cagues en su boca, te sugiero que lo hagas delante de un espejo. De esa forma podrás disfrutar del doble placer de sentir cómo la mierda se desliza placenteramente por tu esfínter y de ver cómo tu esclavo abre su boca y la recibe.
Tras varias repeticiones, y cuando ya se haya habituado a hacerlo, debes obligarlo al menos una vez a comerse una pequeñísima parte –pequeñísima también por razones de higiene–. Si lo logras puedes estar segura de que tienes en tus manos un esclavo sin voluntad, entregado a ti y con el que podrás hacer lo que quieras sin encontrar resistencia. En resumen: el esclavo perfecto.
Espero que mis consejos te ayuden.
Un saludo, querida.

Mme. Brigitte