EL JOVEN FEMINIZADO

Por orden de mi tía, de quien hablaré pronto con más detalle, me dispongo a escribir mi historia.
Un fatal accidente me dejó sin padres y quedé huérfano.
Después de la tragedia que acababa de cambiar mi vida, me trasladé a Londres a casa de la tía Tina, hermana de mi padre, que se había ofrecido a adoptarme.
Siempre me había demostrado la mayor ternura y simpatía. Por esta razón me alegré de ir a vivir en su compañía.
Recuerdo haber tenido siempre un carácter dulce y temeroso, por ello mi padre me dejó al cuidado de las mujeres de la casa.
A los trece años era delicado y frágil como una muchacha y poseía un carácter netamente afeminado. A veces, cuando mamá se iba de viaje, las criadas jugaban conmigo como si fuese una muñeca y me vestían con sus ropas femeninas, lo cual me divertía mucho.
Desde que llegué a casa de la tía, reencontré la dulzura con que siempre me había envuelto mamá; sin embargo alguna cosa la hacía completamente diferente.
Antes de mi llegada, había temido desagradar a la tía con mi comportamiento de picha-fría, pero en seguida me di cuenta de que por el contrario, aquello no sólo no la molestaba en absoluto sino que me prefería así.
Ella no tardó en darse cuenta de mis inclinaciones afeminadas y un día me mostró un paquete envuelto en papel de regalo.
—Tengo un obsequio para ti, amor mío. Es un regalo que te obligará a un compromiso solemne, querido Armin. ¿Estás preparado para hacer la promesa que espero de ti y actuar siguiendo mis deseos?
—Querida tía haré todo lo que desees. Sabes muy bien que sólo deseo complacerte.
—Me he dado cuenta de que te gusta ponerte vestidos femeninos como si fueses una jovencita. ¿No es cierto, corazón?
—Sí...
—Pues a partir de este momento te vestiré de mujer. Pretendo que todo el mundo piense que he adoptado una chica y no un chico. Para todos serás mi sobrina Mina. ¿Estás de acuerdo?
—Sí.
—Bueno, pues, acércate, querida y te pondré los nuevos vestidos. De una caja sacó un vestido precioso, una pequeña camiseta, unas braguitas blancas y unos zapatos de charol negro.
—¿Te gusta tu primer vestido de chica? —me preguntó.
—Oh, sí...
—Pues quítate en seguida estas ropas tan feas de chico para que pueda vestirte como a ti te gusta.
Soltó una risita nerviosa y sus manos se posaron sobre mi tibio cuerpo desnudo.
—¡Qué piel tan suave tienes, reina! —dijo sonriendo—. ¡Y qué culo tan prominente y redondeado! ¡Un verdadero culo de virgen!
Sentí que me acariciaba las nalgas.
Aunque fuera fino y grácil como una jovencita, estaba perfectamente constituido desde el punto de vista sexual y tenía la entrepierna adornada con un precioso colgajo, que reposaba sobre dos cojones rosados de un respetable tamaño.
Tina no pudo reprimir una exclamación de sorpresa:
—¡Caramba, no está mal! Es un buen trasto.
Empezó a acariciarme de una forma desvergonzada, pero tan deliciosa que pronto noté que mi polla se endurecía.
Mi tía me tanteaba los cojones y excitaba mi erección jugando a destaparme el sonrosado prepucio.
De pronto, me rechazó, levantó la mano y me soltó un cachete.
—¡Esto, para que aprendas a comportarte con tan poco pudor, cerda! Y ahora, desnúdate para que pueda vestirte a tu gusto.
Me apresuré a obedecerla y pronto me hallé en pelota brava.
—Deberé disciplinarte, querida. ¿Sabes cómo se disciplina a las chicas que no se comportan bien? —me preguntó con aspecto burlón—. Con unos buenos azotes en el culo desnudo. Bueno, ponte las bragas. No, así no. Espera, te ayudaré... Es preciso que la colita quede así y después tiras enérgicamente hacia la cintura con el fin de que se ajusten bien en la grupa... Y ahora, ven hacia aquí —añadió acompañándome hasta el tocador.
Se sentó en un taburete y empezó a maquillarme.
Boquiabierto por la transformación contemplé en el espejo la imagen de una jovencita adorable, de largos y castaños cabellos que enmarcaban un rostro finísimo, iluminado por unos ojos pálidos, sombreados por unas pestañas muy largas y sedosas.
No podía creer lo que veían mis ojos, pero mi tía parecía encantada con el resultado.
De pronto, me atrajo hacia sí y posó su boca sobre la mía, en un beso que no tenía nada que ver con los que hasta entonces me había dado.
Sentí que sus labios calientes y perfumados se abrían y que su lengua acariciaba los míos al tiempo que se insinuaba en mi boca.
Luego echó la cabeza hacia atrás y me abofeteó las dos mejillas.
—Lo que acabas de recibir no es más que una caricia comparado con lo que te espera si no eres obediente.




(Texto compendiado del libro de Armin Howard John-John)

-continúa-