CÓMO SIGUIÓ MI FEMINIZACIÓN

Contemplé horrorizado a mi tía. ¿Cómo podía calificar de caricias los insoportables azotes a que me acababa de someter?
Me tumbó de nuevo sobre sus muslos, por lo que solté un chillido pensando que quería volverme a castigar.
—Veamos este culo —dijo mientras me acariciaba las nalgas.
Aquellas caricias, tras la tunda que me había propinado, me exci­taron y noté que mi sexo empezaba a empinarse.
Se rió y me separó las nalgas.
El ojete se con­trajo involuntariamente al notar el dedo de mi tía. Oí que se reía.
—¡Mira que eres estrecha! ¡Ten­dré que ocuparme de este agujero! Es demasia­do estrecho para lo que le reservo.
Volvió a reírse.
Lo que quedaba de día transcurrió sin incidentes, excepción hecha de que me había convertido, en pocas horas, en una muchacha.
Después de cenar, mi tía me condu­jo a su habitación.
—Las jovencitas no deben permanecer solas durante la noche. A partir de hoy, dormirás conmigo.
—¿Por qué no puedo dormir sola?
—Porque las chicas viciosas como tú apro­vechan para tocarse y masturbarse. Y tú no debes tocarte sin mi permiso. Si te descubro haciéndolo, tu culo pagará las consecuencias… Cuando desees tocarte deberás decírmelo y yo diré lo que debes hacer. Tener deseos es natural, pero quiero estar presente cuando lo hagas. Y ahora, empieza a desnudarte, reina.
—¿Pero... y mi pijama?
—Los pijamas son para los chicos, las jovencitas usan camisones. Este es el tuyo. Ya veras qué guapa estás vestida así.
Me acercó una camisa de dormir larga, como las que usan las colegialas internas.
Me ayudó a desnudarme y mi sexo no pudo evitar una erección. La situación la regocijó y comenzó a menearlo y sacudirlo. Poco después lo besó y se lo restregó por la cara de una manera deliciosa.
Proyecté el vientre hacia delante y ella se levantó acusándome de vi­ciosa.
Con el corazón desbocado vi como mi tía se iba despojando de las prendas hasta que se quedó con unas minúsculas braguitas que dejaban ver sus rizos castaños.
Cuando levantó la pierna para quitarse las bragas, la sangre me subió a las mejillas y pude obser­var la gran hendidura vellosa que se abría y dejaba entrever el interior, más sonrosado y brillante, como si estuviese húmedo.
Se agachó para reco­ger las bragas.
Ante mis ojos asombrados, la grupa, redon­deada y arqueada, de nalgas amplias y llenas, pareció proyectarse hacia mí. Después, ambas posaderas se abrieron hasta mostrar el profundo valle que las dividía, en el fondo del cual contemplé el ojete redondo y fruncido de mi tía.
Cuando estuvimos en la cama noté que su mano se introducía por debajo de mi cami­són, lo levantaba hasta dejarme desnuda la barriga y empezaba a acariciarme detenién­dose especialmente en la verga, rígida y encen­dida por el placer, y en los cojones, con los que mi tía jugueteaba apretán­dolos delicadamente con la palma húmeda.
Noté cómo me separaba los labios con la lengua hasta acariciarme el paladar e incluso la garganta. Este beso me produjo un cosquilleo casi insoportable, sobre todo porque entretanto seguía masturbándome.
Mi cuerpo, delgado y nervioso, quedó atra­pado contra la desnudez de mi tía, cuyo cortísimo camisón se había levantado has­ta los sobacos.
Mi verga de adolescente, se aplastaba contra su vientre y podía sentir contra mis muslos la masa sedosa de los pelos del sexo femenino.
—¿Es agradable ser una jovencita que se deja acariciar por su tía?
—¡Oh..., sí..., sí...! —balbuceé a media voz—. Sí que lo es.
—Pues ya verás que puede ser mejor. Te enseñaré cómo se divierten las chicas. Pienso dedicarme a tu educación lésbica, porque quiero que seas muy viciosa, querida. Para empezar quiero que me mires bien el coño.
Mientras decía estas palabras me había he­cho tumbar de espaldas con mi cuerpo virginal medio desnudo y la verga com­pletamente erecta, como un venablo de carne sonrosada.
Se me colocó encima y se encorvó poco a poco sobre mi cara, con la actitud de quien va a mear.
Se agachó más y colocó la vulva abierta sobre el rostro.
Por primera vez sentí el contacto de mi boca con el coño de una mujer y al tiempo que unía mis labios con los de su sexo las narices se me impregnaron de un olor parecido al de la caracola de mar que me penetró hasta el cerebro.
Mi lengua se hundió en la cálida fruta, de sabor ligeramente salado y viscosa como un molusco con regusto de algas.
Me puse a la­mer la húmeda hendidura.
Ante mi vista tenía el anillo mo­reno del culo, que parecía temblar como si estuviese a punto de abrirse.
Mi encantadora tía estaba empalmada como una verdadera lesbiana. Un clítoris semejante sólo había podido adquirir un tamaño tan ex­traordinario a base de largas sesiones de mama­das y masturbaciones.
Por instinto me puse a mamar aquel mara­villoso clítoris.
Con la respiración entrecortada y la cara impregnada de sudor, porque es­taba sentada sobre mí, continué chupando hasta que noté que la gran vulva que me aplastaba el rostro se ponía a temblar hasta el punto de dejarme las mejillas y el mentón completamente empapa­dos.
Mi tía me succionaba rítmicamente la polla con un placer tan intenso como el que yo mismo experimentaba.
Abrió desmesuradamente la boca y engulló totalmente la verga y los cojo­nes hasta que sus labios llegaron a tocarme el vientre.
Al darse cuenta de las vibraciones de mi inexperto sexo, aceleró la mamada.
Lancé un grito desesperado y solté el esperma caliente como un chorro de leche que le inundó la boca y le roció la lengua y el paladar.
—Lo ves, cochina —dijo—, lo bien que se lo pasan las chicas cuando juegan entre ellas. Pero no pienses que esto es todo. También se puede sen­tir un gran placer acariciando el agujero del culo.
—Pero... es un poco sucio —apun­té.
—¿Por qué tendría que ser más sucio que otra cosa? ¡Te aseguro, gatita mía, que los placeres posteriores son deliciosos! Antes, haremos venir a Lisette, esto le encanta.
Apretó el timbre; dos minutos más tarde entró la joven camarera.
Lisette traía puesto un pijama de chico y tenía el pelo muy corto. Las caderas estrechas le daban as­pecto de jovencito.
—Acércate, Lisette. Vas a ayudarme a edu­car a nuestra simpática Mina.
—¡Será un placer! —exclamó la camarera riendo con una mirada en la que brillaba el mismo fulgor que la de un gato que se dispone a co­merse un canario indefenso.
—¿Tal vez la Señora quiere que vaya a buscar a John-John, o es que esta cerdita todavía no ha sido estrenada? —preguntó en tono iró­nico.
—No, querida. Lo has adivinado. Por esta noche deberemos prescindir de John-John. Mina todavía está por estrenar y no debemos precipitar los acontecimientos —respondió mi tía mientras me arremangaba el camisón.
Lisette soltó un silbido admirativo.
—¡Para ser una chica posee un instrumento respetable! —exclamó.



(Texto compendiado del libro de Armin Howard John-John)


-continúa-