DOS AMAS GORDAS Y UN CASADO CALVO



Soy Nora y comparto piso con Solange, una amiga senegalesa. Las dos tenemos treinta y pocos años (muy pocos), estamos rellenitas, pero sin complejos (quiero decir que no nos dedicamos a hacer dietas como locas). La relación que nos une es solo de amistad, o casi. Digo casi porque hace más o menos un año tuvimos que compartir cama por problemas del hotel durante un viaje de fin de semana. Habíamos estado de marcha y bebiendo hasta tarde, y cuando nos acostamos, aunque la cama era ancha, de uno cincuenta, quedamos rozándonos por culpa de nuestro volumen. Como digo habíamos bebido y al sentir cada una el cuerpo de la otra nos calentamos –en realidad ya veníamos calientes– y nos lo montamos. Fue la clásica situación en la que al día siguiente se dice aquello de: «joder, qué pedo llevaba anoche que no me acuerdo de nada de lo que pasó». Solo sucedió aquella vez porque ninguna de las dos somos lesbianas, pero lo que sí nos mola es el cibersexo. Somos adeptas de las páginas porno (desde las llamadas normales hasta las de zoo o sado) y alguna vez hemos hecho una sesión (con máscara) en una site de cámaras web con masturbación completa y real, juntas pero no revueltas (quiero decir que primero se masturbó ella y luego yo. Es que las dos a la vez no cabemos en una pantalla de menos de 120 pulgadas, ja, ja,ja).

Nuestra afición a las páginas porno fue la que nos trajo a tu blog y al leer en el testimonio de Mercedes y Celia su afición por los tíos retacos y fideos, por los «mierdecillas» como ellas dicen, se nos ocurrió la broma que te voy a contar, porque da la casualidad de que tenemos un vecino en el mismo rellano que es clavado a esa descripción. Un tío de treinta y siete o treinta y ocho años que mide 1,60, o sea diez menos que nosotras, delgadito y calvo y que está casado con una tía que de puertas para adentro tiene pinta de ser una fiera de la hostia.

Sabíamos que los sábados salía a correr porque lo habíamos visto alguna vez regresar, alrededor de la una, mientras estábamos tomando algo en la cafetería que hay al lado de casa.

Un sábado, cuando volvió, lo esperamos en el portal como si estuviésemos allí de casualidad y subimos juntos en el ascensor hasta el octavo, en el que vivimos. Con la excusa de que el ascensor no es muy ancho, y las dos preciosas humanidades que somos nosotras lo llenábamos casi por completo, lo arrinconé al fondo contra la chapa del ascensor enterrándole la cabeza entre mis estupendas tetazas al tiempo que le guiñaba un ojo a Solange y ponía el índice recto hacia arriba, indicándole que al mierdecilla se le estaba poniendo tiesa la polla. Luego le pasé a él la mano sobre el pantalón del chándal y le dije con una sonrisa lasciva:

—Huy… esto se está poniendo durito, eh —y sonrió como un gilipollas.

Al llegar al rellano, Solange abrió la puerta del ascensor, pero no me moví y seguí apretándolo contra la chapa haciendo unas ondulaciones suaves con el vientre. Entonces le dije que era mi cumpleaños y que por qué no entraba cinco minutos a tomar una copa antes de comer. Con lo dura que tenía la polla no podía decir que no.

Dentro no perdimos el tiempo con rodeos. Lo apreté contra mi cuerpazo hasta que su cabeza desapareció entre mis tetas y Solange lo emparedó por la espalda pero enseguida se retiró porque él llevaba una riñonera por detrás. Solange se la soltó y yo, apretando la cabeza del calvito contra mis tetas para que nos viese nada, le hice señas a Solange para que abriese la riñonera. Lo hizo. Dentro había unas llaves, un móvil y 45 euros. Le guiñé un ojo para que se guardase el dinero y ella, riendo, se lo metió en el sujetador. Esto me calentó y apreté más la cabeza del calvito, que estaba loco comiéndose mis tetazas, porque siempre me ha excitado la idea de tener un esclavo monetario, un tío al que sacarle toda la pasta hasta dejarlo pelado a cambio de nada. Nunca intenté llevarlo a la práctica porque sé que eso no suele durar ya que el tío al final siempre acaba queriendo una compensación por su dinero.

—No seas tan avariciosa, déjame algo a mí —dijo Solange. Me lo arrancó de los brazos, se quitó las bragas, se subió la falda y señalándose el coño, perdido en la carne de sus muslos, le dijo—: cómete esto, que después de correr toda la mañana tendrás hambre y las proteínas de la carne te van a sentar de maravilla.

Él no podía disimular que estaba empalmado porque bajo el punto fino del chándal la polla dura se le marcaba completamente.

Se desnudó, se tiró en la cama, metió su cabeza entre los muslazos de Solange y al cabo de un momento solo su calva quedaba visible, lo que la hizo reír a ella.

—Fíjate, tengo un coco entre los muslos que me está comiendo el coño —me dijo—, no sé si apretarlos para cascarlo —y se rió.

Yo también me quité el vestido y las bragas y me tiré sobre el calvito en principio con la intención de cogerle la polla pero luego pensé que de hacerlo se iba a correr al momento y preferí dejarlo excitándose mientras frotaba el coño contra su culo.

De vez en cuando el mierdecilla levantaba la cabeza medio asfixiado para respirar porque, por un lado mi peso sobre su cuerpo y por el otro el coño y los muslos de Solange que le cubrían toda la cara, le impedían coger aire.

Cuando Solange se corrió dije un “cambio de pareja”.

Me tumbé con mi coño húmedo y ansioso de lengua. Él miró el reloj y dijo:

—Son casi las dos, y a las dos mi mujer me espera para comer.

—¿Y no prefieres comerte este coño sabrosón que está esperando una lengua como la tuya que le saque todo su jugo? Huélelo a ver qué te parece y luego te haremos una paja que te vamos a dejar los huevos secos para quince días.

No fue necesario añadir nada más. Se lanzó como un loco a comerme el coño y lo hacía cojonudamente porque me corrí en su boca como una puta caliente.

Cuando nos serenamos cogí su polla y le dije:

—Te vamos a hacer una paja que vas a recordar toda tu vida —y empecé a cascársela despacito mientras Solange le masajeaba los huevos suavemente.

Cuando parecía que se iba a correr, Solange me pidió que esperase un momento. Se fue y volvió enseguida con un pequeño vaso que puso delante de su polla para que se corriese en él, y así lo hizo. Luego le abrió la boca y le vació toda la leche dentro.

—Venga, trágatela para que tu mujer vea que no nos hemos quedado con nada suyo y que te devolvemos con todo lo que traías.

En cuanto se lo tragó volvió a mirar el reloj y dijo que se tenía que marchar porque pasaba de las dos y veinte, pero entonces Solange lo cogió por sorpresa, lo tumbó boca abajo sobre la cama y se echó sobre sus piernas mientras yo hacía lo mismo sobre su espalda, y casi nos meamos de risa al ver al calvito mover los brazos intentando levantarse y repitiéndonos que tenía prisa pero sin poder moverse porque nuestros doscientos kilos no se lo permitían. Y para acabar la juerga Solange se pintó los labios con un rojo fuerte y lo beso por detrás a lo largo del cuerpo para dejar la marca del carmín de su boca, y por último, cuando ya le permitimos levantarse, a las tres menos diez –todo sudoroso después de aguantar media hora el peso de nuestros cuerpos, lo besó en varios sitios del cuello para marcarle sus labios, pero por la parte de atrás para que él no pudiera verlo aunque se mirase al espejo. Era nuestro regalito para su mujer.

Nos quedamos en la puerta descojonándonos de risa mirando cómo entraba en su casa, porque iba medio grogi y le temblaban las piernas. Esperamos aún un momento por si se oía a su mujer echarle la bronca, pero como no fue así nos metimos para adentro y nos preparamos una ensalada. Después de los orgasmos teníamos hambre.

S. y N.