
En la primera etapa, cuando los viernes quedaba para pasar la noche con alguien, que al principio era siempre Efrén, se lo anunciaba al cornudo y le pedía que me ayudase a arreglarme con el fin de estar guapa para el amante que iba a ponerle los cuernos. Le decía:
—Cornudito, cariño, rasúrame el chocho porque a Efrén le gusta que lo lleve depilado para comérmelo mejor —y mi cornudo obedecía.
Luego me pintaba las uñas de los pies, le pedía cosejo sobre el tanga más sexi que debía ponerme y me ayudaba a maquillarme para que Efrén se calentase a tope y me follase incansablemente.
Cuando regresaba a casa, el sábado por la tarde, le recordaba a mi maridito que desde aquel día sus cuernos ya eran unos milímetros más grandes.
En cuanto mi cornudo tuvo asumido su papel empezamos la segunda fase. Cuando quería tirarme a un tío me lo traía a casa el viernes por la noche. Al encontrarse con mi marido se quedaba un poco cortado, pero yo le explicaba que mi maridito es un cornudo y que no nos molestaría porque dormía en otro cuarto. Entonces, delante de mi amante, le decía al cornudo que pusiese sábanas limpias en la cama de matrimonio, en la que íbamos a follar esa noche. Al acabar me lo llevaba al dormitorio de al lado, para que

Al salir nos preparaba el desayuno a mi amante y a mí y nos lo llevaba a la cama. Echábamos el último polvo y el cornudo entraba luego a limpiar la habitación, recoger los preservativos y cambiar las sábanas mientras mi amante se despedía.
Cuando le dije a mi maridito que iba a empezar la tercera fase, la de cornudo participativo, y que tendría que chupársela a mis amantes para humillarse y tener conciencia de lo mierda que era, protestó.
No tuvo suerte porque precisamente ese día yo traía un cabreo gigantesco por una cuestión laboral y además estaba Inés delante, a la que, como he dicho, la excitaba mucho ver cómo hostiaba a mi maridito. Lo mandé desnudarse inmediatamente, cogí un látigo de colas que me había comprado y comencé a darle. Inés se puso al lado de él, se subió la falda,

—No, no pares, por favor. Sigue hostiándolo y dale fuerte; dale mucho más fuerte.
Y se frotaba el chocho a toda velocidad.
Seguí dándole hasta que ella se corrió.
El pobre cornudo tenía el culo de un rojo negruzco como una guida.
Inés lo hizo tumbarse boca arriba y le dijo:
—Ya has recibido el castigo trasero, por protestón, pero te falta el delantero.
Le agarró con una mano el tubito de castidad que el cornudo seguía llevando, cogió una botellita de Tabasco y se lo fue echando por la abertura. Cuando le llegó a la uretra empezó a gritar con el escozor, pero le metimos la bayeta del váter en la boca para que no molestara e Inés y yo nos echamos un polvito mirando cómo el cornudo se retorcía.