LA HUMILLACIÓN DEL CORNUDO

Inés me invitó a pasar un fin de semana en la casa de sus padres, en el pueblo, aprovechando que estos se habían ido unos días de vacaciones a Cádiz. Y por supuesto nos llevamos con nosotras al cornudo de mi marido.
La casa era grande y en la parte de atrás tenía un patio hormigonado y a continuación una huerta rodeada de árboles frutales y de una tapia, por lo que el espacio gozaba de intimidad.
—Aquí podremos entrenar al cornudo —me dijo Inés, que se empleaba con mucho más vigor que yo en domar a mi maridito, pues, como he dicho, humillarlo y castigarlo sin contemplaciones la excitaban en grado extremo y se corría como una loca cada vez que le pegábamos una buena somanta de hostias.
—Aquí, como estamos en el campo —le explicó al cornudo— vas a tener que hacer el papel que le corresponde a un animal sin cerebro como tú, y serás nuestra mula. Así que ponte inmediatamente a cuatro patas como el animal de carga que eres porque los burros no andan erguidos.
El cornudo la obedeció y se puso a gatas en el suelo.
Inés continuó con las instrucciones:
—Como eres una mula, desde este momento y hasta dentro de tres días cuando nos vayamos de aquí, estarás siempre a cuatro patas y te está prohibido hablar. Sólo puedes relinchar. Escúchame bien, únicamente relinchar, porque como digas una palabra, aunque sólo sea una, te corto los huevos para que seas una mula completa. ¿Lo has entendido?
El cornudo dijo que sí e Inés, cogiendo una fusta, contestó:
—No, veo que no has entendido porque has dicho sí y te había advertido que sólo puedes relinchar y mover la cabeza de arriba a abajo para afirmar o de lado a lado para negar.
Inés vino hacia mí, me entregó la fusta, y me pidió:
—Dale unos fustazos y que relinche sin parar mientras le das.
Sonreí notando cómo el coño se me empezaba a humedecer.
Inés, igual que hacía siempre en estos casos, se sentó en una silla, muy cerca del cornudo, y en cuanto empecé a fustigarlo ella introdujo la mano dentro del tanga y comenzó a masturbarse ordenándole entre gemidos:
—Relincha, hijo de puta, relincha.
Le di fustazos al cornudo sin dejar de mirar a Inés. Yo estaba así sometida a un doble placer, el de proporcionarle satisfacción a Inés permitiéndole alcanzar el orgasmo, y el de darle unas hostias a mi maridito, lo cual me ponía siempre a tope, y más en aquella ocasión en que después de cada fustazo el cornudo daba un salto con el dolor y soltaba un relincho sonoro, tal como Inés le había mandado, y estaba de un ridículo total.
En cuanto ella se corrió dejé la fusta, me acerqué y la besé largamente en la boca al tiempo que le desabotonaba la blusa y el sujetador para luego comerle las tetas.
Ella me bajó la cremallera del pantalón y me hizo una paja divina masajeándome el clítoris con el pulgar y metiéndome tres dedos en el chocho.
Nos fuimos a comer pero Inés no se olvidó del cornudo. A cuatro patas como estaba le arrojó sobre el suelo hojas de lechuga y unos granos de maíz crudo, su comida. Al lado le puso un plato llano con una poco agua por si quería beber, todo ello, naturalmente sin utilizar para nada las manos.
Por la tarde Inés sacó la silla de montar de la mula y se la colocó al cornudo en la espalda. Se subió sobre él y estuvo paseando. Luego me invitó a mí a dar un paseo.
Nos montamos las dos sobre la silla del cornudo e iniciamos la marcha. Inés no estaba contenta con los resoplidos y la lentitud con que mi maridito hacía de mula, así que desmontamos, le sacó la silla, lo mandó desnudarse y, ya en pelotas, volvió a colocarle la silla y nos volvimos a montar. Pero ahora Inés, que se había puesto en la parte de atrás, sujetaba con la mano izquierda los cojones del cornudo y lo animaba a ir más deprisa diciéndole:
—Más rápido y relinchando, hijo de puta, más rápido y relinchando.
Y nos partíamos de risa porque el cornudo en cuanto le apretaba las pelotas movía sus cuatro patas a toda velocidad.
Cuando el pobre ya tenía la lengua fuera y no podía más, desmontamos e Inés le dio una hoja de lechuga y dos terrones de azúcar que él se comió.
Entró luego en la casa y al salir le dijo al cornudo:
—Como has sido una mula obediente, tendrás un premio. Mira.
Mi maridito levantó la vista y se encontró con que Inés se había atado a la entrepierna un gran consolador. Se quedó mirándolo asustado e Inés le pegó una bofetada y le dijo:
—Relincha sin parar, cabrón, para que se vea que tienes ganas de que te rompa el culo con este pollón.
El cornudo relinchó e Inés, colocándose por detrás, le metió el consolador entero en el culo y sujetándolo por la picha se lo folló.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, deberian feminizarlo!!
enigmatic1979@gmail.com

Gustavo estrella dijo...

Ya cortarle los cojines y hacerlo mujer