UN MIRÓN EN BRAGAS

—¿Puedo hablar un momento contigo?
Me dijo una vecina cuando me disponía a entrar en el portal de casa. Me sorprendió la pregunta porque aquella mujer vivía en el bloque que está frente al mío y nunca había hablado con ella, aunque «en la distancia» la conocía bien. Se levantaba a las ocho menos cuarto y durante media hora andaba desnuda por casa trajinando y desayunando con las cortinas descorridas. Desde que la descubrí, pues su piso quedaba justo delante del mío, me armé de prismáticos y cada mañana me hacía una manola espiando sus tetas firmes y voluminosas, su culito respingón y su pubis semiafeitado. Tendría unos treinta años y estaba bien tirando a muy bien. Aparte de este conocimiento «visual» jamás había tenido ninguna otra relación con ella.
Nos sentamos en el café del Gordo, al lado de mi portal, y me preguntó si sabía de qué quería hablarme. Le dije que no y era la verdad pues estaba desconcertado.
—¿Sabes quién soy?
—Una vecina, ¿no?
—¿De qué me conoces?
—Me suena de haberte visto por aquí.
—¿Te suena de haberme visto? Ya. Mira, quería enseñarte una grabación de vídeo.
Aquello me sorprendió más aún. ¿Una desconocida quería enseñarme una grabación de vídeo? No me estaría pasando como en esos relatos eróticos baratos que publican las revistas horteras en los que la vecina buenorra se presenta y te dice, hale, vente a mi casa a follar.
Acercó su silla, sacó el móvil del bolso, lo manipuló y puso la pantalla ante mis ojos.
Era el comedor de su casa, que yo conocía bien de verlo cada mañana. La cámara se desplazaba y aparecía ella desayunando desnuda en la mesa. Le miré un par de segundos de reojo y algo cortado por su desnudez. ¿Estaría realmente diciéndome vamos a follar? La cámara continuó girando a la izquierda y en la pantalla apareció el bloque donde yo vivo. Entonces el zum fue cerrándose lentamente hasta enfocar mi ventana. Y allí estaba yo con los prismáticos antes los ojos y aunque ladeado perfectamente reconocible.
Tragué saliva mientras me preguntaba dónde estaba situada la cámara para que yo no la viese. Enseguida me di cuenta de que yo me la pelaba mirándola a ella sin fijarme en los objetos del contorno y que por tanto podía haber ocho cámara sin que las detectase.
—Te voy a denunciar a la policía por intromisión en mi intimidad. A no ser que prefieras que lo arreglemos amistosamente.
Pensé que quien tenía las cortinas abiertas y se paseaba desnuda era ella, pero, si me denunciaba, aunque terminasen por darme la razón, lo pasaría mal durante semanas o quizá meses y podrían circular muchos rumores, por lo que la sensatez aconsejaba optar por el arreglo amistoso.
—Vale. Mañana te espero en mi casa a las cinco de la tarde. Ah, y me traes mil euros. Si a las cinco y media no has llegado o no traes el dinero iré a la comisaría a denunciarte.
Sospeché que los mil euros significaban que me iba a someter a un chantaje interminable, y de ser así prefería la denuncia, pero, para averiguarlo, debía ir a su casa.
En cuanto llegué me pidió los mil euros y me explicó que eran el precio de la entrada por el espectáculo de striptease que había venido disfrutando las últimas semanas y por lo que iba a disfrutar aquella tarde. Después de guardar mi dinero en su cartera me ordenó que me desnudara. Puso sobre la mesa cinco braguitas suyas y me pidió que eligiese la que más me gustase. Lo hice pensando que se la pondría para excitarme pero estaba equivocado; me ordenó que me la pusiera yo. Dudé porque nunca antes me había puesto unas bragas. Me amenazó con que si no la obedecía en eso y en cualquier otra cosa que me ordenase aquella tarde, iría a denunciarme. Me puse las bragas. Me mandó entonces sentarme en un sillón de ruedas, a cuyos reposabrazos me prendió las muñecas con un par de esposas. Con otras esposas engrilletó mis tobillos por detrás del eje del sillón y por último, con unos pantis, me amarró al respaldo para que no pudiera moverme. Sacó un tubo de crema y me maquilló. Ennegreció mis pestañas con rímel y me pintó los labios con una barra de un rojo fuerte, sangriento. Al acabar se sentó frente a mí y me frotó la polla con el pie hasta ponérmela tan dura que se salió por encima de las bragas. Creí que terminaría de masturbarme, pero se paró y me dijo:
—Tú no eres mi único mirón, ¿sabes? Y en consideración a los otros, que deben estar cansados de verme, hoy vamos a cambiar de estrella.
Empujó el sillón en el que me encontraba, me colocó delante de las puertas correderas que daban al balcón y abrió de par en par las cortinas exponiéndome en bragas y maquillado de nena a la vista de cualquiera de mis vecinos que pasasen ante las ventanas. Instintivamente incliné la cabeza cuanto pude para que no pudieran verme la cara y la polla se me encogió con el canguelo. Oí cómo se cerraba la cortina y casi al instante una mano me tiraba violentamente del pelo obligándome a echar la cabeza hacia atrás.
—¿Qué coño estás haciendo? —preguntó enfurecida, y me soltó una lluvia de bofetadas—. La cabeza la quiero alta y la polla dura.
Sentada otra vez frente a mí volvió a frotarme la picha con el pie. Cuando se me puso a tope me bajó un poquito las bragas y me ató un panty muy fuerte por detrás del escroto, según ella para evitar el reflujo de la sangre y mantener la erección. Me subió las bragas y abrió nuevamente las cortinas exponiéndome a la mirada de mis vecinos.
Ella se sentó frente a mí, en un lateral para no ser vista desde fuera, y mientras de tanto en tanto me frotaba la polla con el pie miraba por el lateral de la cortina los edificios de enfrente y me iba diciendo:
Fíjate en la ventana del sexto piso del bloque 36. Ya hay uno mirándote con los prismáticos… Mírale tú también a él y provócalo pasando la lengua por los labios. —Y luego—: Ahora se le ha sumado uno de tu bloque; el salido del séptimo. Dos espectadores ya se merecen un cambio de escena.
Cerró las cortinas, me desató y me ordenó ponerme a gatas de perfil para el balcón.
Se situó en el lugar que ocupaba antes, a mis espaldas, protegida del exterior y volvió a abrir las cortinas. Enseguida me anunció:
—Tus dos admiradores ya están atentos otra vez y creo que también te mira una mujer del quinto. Ahora vas a hacer el papel de putita exhibicionista para complacerlos.
Noté que me bajaba un poco las bragas por detrás y luego una presión y dolor en mi ano. Volví la cabeza hacia ella y vi que había colocado un grueso consolador en el extremo del palo de una fregona y me lo estaba metiendo por el culo.
—No te muevas, cabrón, y disfruta, que una estrella no puede decepcionar a su público.
Empezó a mover el palo hacia adelante y hacia atrás para follarme con el consolador.
Yo, de reojo, miraba a las ventanas de mis vecinos y notaba que seguían allí.
—Ahora están los dos meneándosela esperando poder estar un día aquí conmigo para que les reviente el culo como a ti.
Me tuvo así unos diez minutos. Después se fue durante un cuarto de hora a la ducha y me dejó con el consolador y el palo metidos por el culo delante del balcón.
Al volver cerró las cortinas, me sacó el consolador y me dijo que me había portado muy bien, por lo que, para compensarme, terminaríamos con una sorpresa. Me vendó los ojos con uno de los pantis negros con los que me había atado a la silla y, sobándome la polla de vez en cuando y haciéndome girar sobre mí mismo noventa o trescientos sesenta grados, me iba guiando y diciendo:
—Esta sorpresa te va a encantar. —Las caricias del pene hacían esperar algo prometedor.
De pronto me soltó la mano y sonó el golpe de una puerta al cerrarse. Después de esperar alrededor de un minuto sin oír ningún ruido, me quité la venda. Estaba en el rellano, descalzo, en bragas y maquillado como una nena. Llamé al timbre de su puerta y le supliqué sin levantar la voz, para no provocar la curiosidad de los vecinos, que me dejase entrar a recoger mi ropa. Eran las seis y pico de la tarde y no podía salir así a la calle. Desde el otro lado de la puerta me llegó su voz que con tono despectivo decía:
—Anda y piérdete, gilipollas —y sonaron sus pasos alejándose hacia el comedor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

a mi me paso algo parecido con una vecina. me saco la pasta que quiso para que no me denunciase porqeu soy casado hasta que la puta se marccho a vivir a otro sitio

Anónimo dijo...

Cuanta pasta te sacó?