EL COÑO DE CARMEN

Después de la fiesta de la inauguración del piso mi relación con Carmen fue diferente. Lo noté el lunes al llegar a la oficina. Ella y Cris me recibieron con risitas. Hasta entonces había habido una situación sobreentendida de dominio por parte de ella y de obediencia por la mía, pero a partir de ese lunes Carmen adoptó una postura abiertamente dominante respecto a mí en la que ya no era el compañero de trabajo del que se abusa aprovechándose de su timidez sino su esclavo.
Aun entre risitas, y en cuanto entré, me preguntó:
—¿Dónde están?
No entendí la pregunta y le dije que a qué se refería.
Me pegó una bofetada y repitió la pregunta:
—¿Dónde están?
Tímidamente insistí en que no sabía qué quería decir.
Me pegó otra bofetada, ahora más fuerte.
—¿Dónde están?
No dije nada porque estaba desconcertado intentando adivinar de qué me hablaba.
Me pegó otro bofetón.
Cris se partía de risa.
—¿Dónde están?
Le pedí por favor que me explicase a qué se refería.
—El café y los cruasanes que nos tenías que haber traído.
—No sabía que los tenía que traer —me disculpé sin entenderla aún del todo.
Me abofeteó de nuevo.
—Pues ya lo sabes. A partir de hoy, a primera hora de la mañana, nos traes dos cruasanes a cada una y café. ¿No se te va a olvidar, verdad que no? —dijo, y me pegó otra bofetada.
—No.
Me volvió a pegar
—Eso espero.
Desde aquel lunes tenía que comprarles cuatro cruasanes de chocolate antes de entrar a trabajar y al llegar sacar dos cafés de la máquina para que estuviesen en la mesa de ellas a primera hora.
Luego me iba a hacer mi trabajo de calle. A las cuatro y media, antes de regresar a la oficina, tenía que llamar a Carmen para preguntarle si quería que le llevase algo. Y siempre quería. Algunas veces pipas de girasol y la mayoría unos pasteles para la merienda.
Los gastos seguían corriendo todos de mi cuenta, así como las bebidas o cafés que decía tomar mientras yo estaba en la calle.
A las cinco, como ya he contado, Carmen dejaba de trabajar y era yo el encargado de rellenar su expedientes y facturas mientras ella leía o charlaba. Pero, para demostrar su dominio sobre mí, aquel lunes de nuestra nueva relación, me mandó ir a su mesa y delante de Cris me ordenó que me sacase la polla y que la tuviese siempre fuera, excepto si venía alguien de otro departamento. La tenía superdura, lo cual les hacía mucha gracia, y eso le dio otra idea. No sólo debía tener la polla siempre fuera sino que debía estar empalmado en homenaje a Carmen ya que en caso contrario, según me dijo, «me arrancaba los huevos». Cumplir esto no me resultaba difícil, pues solo con ver sus labios, con escuchar su voz, con pensar en sus órdenes, se me ponía dura y cuando ella andaba cerca no se me bajaba.
Una tarde en que Cris no había venido porque estaba enferma, me encontré a Carmen muy cabreada cuando llegué a las cinco. El jefe le había echado una bronca por un error en un formulario, del que se había quejado el cliente. El formulario era de los que había rellenado yo.
Me dijo que era un imbécil y un inútil y que no prestaba atención a lo que hacía. Entonces me mandó arrodillarme delante de ella, casi entre sus piernas, pues se encontraba sentada, y comenzó a darme bofetadas repitiéndome que era un imbécil y un inútil. Llevaba una falda corta y con el impulso para abofetearme se le había subido un poco, por lo que, en mi posición, podía ver el blanco de sus bragas, de las que no podía apartar los ojos.
Ella se dio cuenta, se tranquilizó y la situación la puso cachonda. Siguió abofeteándome, pero ya lentamente y con la respiración más pesada. Asimismo había escurrido el culo un poco hacia adelante en la silla, por lo que sus bragas y su coño estaba casi al borde y apenas a veinte centímetros de mis ojos.
Dejó una pausa y me miró visiblemente excitada. Yo también la miré y sin contenerme lancé mi boca sobre las bragas pretendiendo comerle el coño. Me dejó hacer durante unos segundos y luego fue ella quien se las apartó para que pudiera lamerle el chocho, aquel chocho con el que tantas veces había soñado y con el que tanto había fantaseado. Un chocho precioso, empapadito, sonrosado, tierno, sabroso, adorable.
Se lo comí hasta que se corrió. Entonces me miró, como asombrada de que estuviese allí, y me ordenó ir a mi mesa y ponerme a trabajar, lo que intenté, a pesar de la dificultad de concentrarme en los números con las ganas que tenía de hacerme una paja.
Unas tardes después, cuando Cris había vuelto, Carmen le dijo:
—Qué malas estamos siendo con él, siempre nos trae la merienda y nunca le damos nada. Hoy lo invitaremos a merendar.
Me mandó ir a su mesa, me colocó entre las dos, me cogió la polla, que como he dicho llevaba siempre fuera del pantalón, y empezó a meneármela. En la punta Cris puso las dos cucharas de plástico que habían usado para el café.
Me corrí en menos de diez segundos, casi solo con sentir la mano de Carmen: Llené las cucharas de leche y el resto se fue al suelo. Entonces me mandó abrir la boca y, tal como habían hecho en la fiesta, me vaciaron la leche de las dos cucharas y tuve que tragármela.
Muy contenta me dijo:
—Hoy hemos merendado los tres.

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