Juancho acababa de regresar tras dormir en casa de
Lupe. Juani, ante el balcón, se pintaba las uñas de los pies. La camiseta
apenas le cubría las bragas.
Juancho le besó la nuca e intentó abarcarle las ubres.
Con un golpe de hombro se lo quitó de encima.
—Haz la cama, anda, que yo no he tenido tiempo.
Juancho tiró hacia atrás la colcha y se detuvo.
—¿Qu... qué es eso? —tartamudeó sin volverse.
—¿Lo quéeeee? —replicó perezosa.
—Eso —señaló
con la barbilla.
En el centro de la sábana una caperuza de látex había
formado a su alrededor un redondel cobrizo.
Juani se quedó cérea.
Ante el preservativo que manchaba la sábana pudo haber
optado por el arrepentimiento, la chulería, la indiferencia, la excusa o la
ignorancia. Pero no. Rompió en llanto:
—Eres un hijo de puta... Quieres amargarme la vida. Tú
me odias; sé que me odias... ¿Pero qué te he hecho yo?... Me quiero morir...
La incongruente respuesta atarantó al pobre cornudo.
Estaba enamorado de su esposa y hasta aquel instante jamás había desconfiado de
ella. El muy iluso se hallaba convencido de que una celosa Lupe le exigía ausentarse
algunas noches para alejarlo de Juani.
Las lágrimas, socavaron la exigua seguridad de
Juancho, que no reaccionó ni en el momento de insistirle Juani a Lupe, a través
del móvil, en que él la odiaba y en que se quería morir.
Segundos después le alargaba el teléfono.
—La
Lu. Que te pongas.
Temblequeando de modo ostensible gimió un:
—¿Sí?
—La Nani
está de los nervios. Vete a dar una vuelta hasta la hora de cenar. Esta noche
hablaré con ella —casi le rogó.
Retornó a la calle.
Se encontraba en ayunas y con lo que llevaba encima no
pagaba un café. Según Lupe, los motivos por los que le pedía dinero eran
inconsistentes y en raras ocasiones le soltaba algo.
Risas borrachuzas, lo recibieron al volver.
—Te estábamos esperando —sonrió una Lupe achispada—.
Desnúdate y arrodíllate junto a la mesa.
Tras desvestirse se hincó donde le marcaba.
—Me ha dicho la Nani que no sabes qué es esto —con las puntas de
índice y pulgar sostenía el preservativo usado.
Él borboritó sílabas inconexas.
—No te preocupes, yo te lo explicaré. Esto vale para
que los gilipollas como tú no hagan preguntas estúpidas. ¿Y cómo? Muy sencillo.
Saca la lengua... Más... Más... Muy bien.
Le introdujo la lengua en el condón.
—Sujétalo con los dientes para que no se te caiga... Así… Y ahora escúchame. ¿Tú de qué cojones vas?... ¿De dónde has sacado que tienes algún derecho sobre el coño de mi hermana?... El coño de mi hermana, mamón de mierda, es suyo, hace con él lo que le apetece y no tiene que rendirle cuentas a nadie. Y si quiere que se la follen diez como si quiere que se la follen cien. Tú calladito sacándole brillo a la cornamenta o cuando menos te lo esperes te corto lo huevos. ¿Entendido?
—Sujétalo con los dientes para que no se te caiga... Así… Y ahora escúchame. ¿Tú de qué cojones vas?... ¿De dónde has sacado que tienes algún derecho sobre el coño de mi hermana?... El coño de mi hermana, mamón de mierda, es suyo, hace con él lo que le apetece y no tiene que rendirle cuentas a nadie. Y si quiere que se la follen diez como si quiere que se la follen cien. Tú calladito sacándole brillo a la cornamenta o cuando menos te lo esperes te corto lo huevos. ¿Entendido?
Asintió mímicamente porque al retener el condón con
los labios no podía modular.
En el rostro de Juani crecía un rictus de crueldad
satisfecha.
Las hermanas prosiguieron cenando con placidez.
—Ei, Nani —alertó Lupe.
Juancho se hallaba apabullado y hundido, pero eso le
sucedía por todas partes excepto una.
Para oprobio de su voluntad el gallo levantaba la cresta en presuntuosa
erección.
—Te gusta que te den caña y que te pongan los cuernos
¿verdad?... Se te sube con solo pensarlo... Disfrutas lamiendo el condón con
que otros se follan a tu mujer, ¿eh, mariconcita?
Las mujeres crujieron en risotadas de mofa y alcohol.
—¿Te das cuenta cómo disfruta siendo un cornudo?... Pues tranquilo, cariño,
que no es el último condón que vas a chupar... Esta noche te quedas ahí, de
rodillas, para que aprendas que cuando te dicen que hagas una cama es para que
hagas la cama y no preguntas gilipollas; y si ves algo entre las sábanas, lo
recoges; y mientras no te pregunten, la lengua te la metes en el culo. Ah; y
como me levante a mear y no estés de rodillas o te hayas sacado la lengua del
condón te retuerzo los huevos, ¿vale?
Señaló el tabuco.
—A partir de hoy tu habitación será aquella. A esa —la
alcoba conyugal— entrarás para limpiarla o si la Nani te lo permite.
¿Entendido?
El viernes prepararon en casa cena para cuatro. El cuarto
partícipe era Ahmed, un marroquí del Borne con el que últimamente puteaba
Juani. Juancho no le fue presentado a Ahmed como el marido de Juani sino como
un compañero de Lupe.
Tras los postres, esta animaba al magrebí:
—Ahmed, tienes muy abandonada a la Nani. Mímala un
poquito.
La cristiana y el moro, iniciaron un baile ardiente. Y todo ante Juancho, a
quien Lupe había exigido no apartar la pupila de los danzarines.
Las manos del infiel, sobre el culo de Juani abiertas,
describían morosos círculos que iban subiéndole la falda. Los dedos de bronce,
ocho columnas de ataque, se infiltraron bajo la braguita para extenderse por el
campo de batalla. Algún combatiente, audaz, incursionaba en pozos y rincones,
que bien se lo indicó Lupe a Juancho:
—Ya le ha metido un dedo en el culo a tu mujer.
La mano de Juani rolaba en la bragueta del moro.
—Y el hermanito pequeño de nuestro cornudo ¿cómo se
encuentra? —dijo Lupe, y le tanteó los pantalones a Juancho para cubicar su
estado emocional transitorio, que era el máximo como la tienda de campaña
delataba.
—Qué cacho mierda que eres. Tu mujer morreándose, con
tres dedos metidos en el culo, y a ti se te pone dura... Se la van a follar
delante de ti y mira tu pinga lo alegre que está... ¿Te gusta que la Nani se
comporte así?... ¿Te la cascas pensando cómo se la cepillan otros? Ja ja ja...
Fíjate: ya le ha cogido la polla.
El viernes siguiente se reprodujo la reunión casi con
exactitud hasta el momento en que la pareja bailaba. Juani se fue entonces al
baño.
Al cabo de unos segundos, con el ojo desmayado,
reclamó a Lupe.
Juani se abrazó a ella y le lambiscó el cuello.
—Huuuuy. ¿Qué quieres?
Le mordisqueó el lóbulo, antes de suplicarle con
tonillo de hembra en celo:
—Haz que se la chupe.
—¡Quéeee!
—Juancho.
—¿Qué?
—Haz que se la chupe a Ahmed.
Lupe rió.
—Sí.
—Pero qué cacho puta eres...
Le palpó el durazno. Juani se apretujó contra ella,
presionó los muslos para retenerle la mano y se vino en silencio.
Ahmed, en el sofá, terminaba un porro. Juani se le
sentó al lado y comenzó a tentarle la bragueta. Cada dos por tres clavaba los
ojos en Lupe. Esta, que fumaba divertida, gozó difiriendo la apoteosis.
—Ahmed, Juancho quiere chupártela.
El cornudo dio un bote en el sillón.
—Yo... yo...
—gorgoriteó el otro.
—Le gusta comerse un rabo de vez en cuando.
—Yo a mí no gustan hombres —dijo el muslime.
—Qué más te da... Deja que te la chupe.
Ella misma le descorrió la cremallera y sacó el
morabito a paseo.
Lupe condujo a Juancho hasta el sofá.
—Anda, arrodíllate.
Se hincó entre las piernas del moro.
—Abre esa bocaza.
Con gesto de esperpéntica muñeca hinchable recibió el
pene en la boca.
—Déjala limpia porque luego se la meterá a tu mujer.
Lupe le forzaba la cabeza para que embocase el miembro
a fondo. Y no perdía de vista a Juani, cuyo levísimo runrún captaba con
claridad. Sus labios hinchados y su mirada difusa, aunque fija en el ir y venir
del cipote en la boca conyugal, delataban que se exponía al riesgo de una
deshidratación severa.
Tras un guiño a Juani, Lupe bajó la cremallera de Juancho, que se detuvo.
Le empujó la nuca y con socarronería le murmuró al oído:
—¡Pero si estás empalmado!... Me alegro de que te
gusten los biberones; así comprenderás a la Nani. A ella siempre le ha encantado mamarla. En
el instituto se la chupaba a todo quisque.
Juancho sudaba tanto por el sobe a que Lupe lo sometía
como por el temor a encalarle la mano.
—¿Te gusta comer pollas?...
—Si te corres es que te gusta, y en ese caso lo vas a pasar de muerte: de ahora en adelante podrás mamársela a los que vengan a follarse a tu Nani.
Luchó para no eyacular pero eyaculó en segundos.
Luchó para no eyacular pero eyaculó en segundos.
Las hermanas intercambiaron una sonrisa morbosa.
Lupe, tras limpiarse el esperma en la camisa de
Juancho, lo apartó para liberar el minarete musulmán. Le bajó las bragas a
Juani, que habían quintuplicado el peso con el flujo, y la sentó encima del
magrebí, de espaldas a este, para el coito.
Guiado por Lupe, Juancho agarró la jactanciosa lombriz del bajá. Con el
glande frotó la vulva de su mujer hasta abrirle los labios. Ella, al notarla en
el sitio conveniente, descendió y con un guarrido escandaloso orgasmó... lo
cual no fue impedimento para que en un minuto repuesta principiase el galope
ante los ojos de Juancho, a quien Lupe constreñía a presenciar las puntadas de
la aguja en el costurón de su mujer.
Los ah ah ah berberiscos fueron creciendo hasta que
Ahmed envaró las piernas, tiró de las clavículas de ella hacia abajo y eyaculó
con un mugido sordo.
Lupe sacó el derviche de la cueva y se lo metió en la
boca a Juancho.
—Chupa esa pollaza que tan a gusto acaba de dejar a tu
mujer.
(Texto compendiado del libro de José Mondelo Ni junio en París.)
4 comentarios:
yo leí el libro y tiene trozos fuertes del verdad, el del polvo con la rata y el de los tatuajes son una pasada
paso mucho por tu blog y no dejo muchos mensajes, pero quiero animarte a seguir con este magnifico blog, un saludo
Gracias una vez más, Hari
Muy buen blog. Te invito a visitar el mio https://putocornudo.blogspot.com/.Saludos amigos!
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