Danila, un ama diferente, os desea un suave y femenino 2013 a todos los sumisos que disfrutáis vistiéndoos con ropitas delicadas. Comparte mi lencería de seda y sabrás lo que es la felicidad.
UN FEMENINO 2013
Danila, un ama diferente, os desea un suave y femenino 2013 a todos los sumisos que disfrutáis vistiéndoos con ropitas delicadas. Comparte mi lencería de seda y sabrás lo que es la felicidad.
TORTURADO POR TRES HERMANAS
Los dos días siguientes fueron bastante agradables. Ciertamente, RoseMary azotó un poco a su protegido, lo encadenó y le dio a conocer algunos tormentos exóticos.
Por otra parte, la injusta violación que había sufrido por parte de Malcom aún estaba presente en su espíritu e incluso en su carne, bajo la forma de punzadas extremadamente localizadas.
RoseMary se hartó de sus lloriqueos.
—¡Vaya historia por un golpecito de falo en el culo! —se quejó ella exasperada—. Tendrás que ser más sumiso te guste o no, pues te voy a confiar a Hortensia, a Imogena y a Cora. Y si después de todo esto, regresas a mí, entonces podré estar segura de que me eres adicto.
El solo hecho de oír pronunciar los nombres de las chicas hizo temblar a Gedeón, quien balbuceó su amor por RoseMary.
—Ya veremos si eres tan sincero como pretendes. Mientras, ¡recibe esto en el trasero!
Aprovechando su espanto, le hundió un falo artificial hasta los intestinos.
Al día siguiente, Hortensia vino a buscar a Gedeón.
Hortensia se reveló más juguetona que Rosemary y más imaginativa. No obstante, no parecía dispuesta a acordarle ni la menor satisfacción. Hortensia no ignoraba que al confiarle a Gedeón, su amiga quería vengarse de la ingratitud de su protegido. Por esto, Hortensia ya no le masturbó más mientras lo azotaba.
Los castigos que Hortensia le infligió debían ahogar en él todo deseo de rebelión.
Los castigos variaban. Había, por ejemplo, el del panecillo (bañar la polla de Gedeón en el café hirviendo y luego mordisquearla con apetito).
La peor diversión que Gedeón se vio obligado a conocer en el curso de aquella semana, fue seguramente el boxeo sin guantes, juego en el cual únicamente Hortensia tenía el derecho de golpear, y su adversario no tenía ni el de esquivar los golpes ni el de protegerse.
La última travesura fue ponerle una anilla en la nariz para regresar a casa de RoseMary, evitando así el temor de que se escapara del coche durante el viaje.
Gedeón añoraba a RoseMary.
Ciertamente, Hortensia se interesaba por él continuamente, pero de una manera cruel, incluso cuando pretendía jugar.
Al encontrar a su bienhechora, Gedeón creyó que su sueño iba a realizarse.
Cuando ella se desnudó ante él, a pesar de la tralla del látigo que ondulaba fuera del bolso, creyó que había llegado su felicidad.
¡Ay! Tuvo que desencantarse unos minutos más tarde cuando se dio cuenta de que RoseMary tenía otras ideas.
Gedeón se vistió como le ordenó RoseMary.
Al vestirlo de mujer en el momento que se disponía a demostrar su virilidad, RoseMary debía llevar alguna idea en la cabeza, lo que le hizo sentir un terror irreprimible.
—¡Vaya, sigues igual! —se indignó RoseMary mientras lo azotaba—. Pensaba que la estancia en casa de Hortensia te habría vuelto más dócil, pero como veo que no es así, ¡te confiaré a Imogena!
Gedeón imploró, juró que su único deseo era servir a RoseMary. Pero su bienhechora no quiso escuchar nada. Le ató al caballete de la sala de tortura y lo dejó allí toda la noche.
A la mañana siguiente, vino a buscarlo el capitán del yate de Imogena Chevrotine, la más implacable de las tres hermanas.
Satisfacer a Imogena era una vana ambición. Al contrario de su hermana RoseMary y de Hortensia, Imogena no esperaba ninguna clase de docilidad. Le gustaba hacer sufrir.
El arsenal de sus instrumentos de tortura volvía ridículos los sótanos de la morada familiar de las Chevrotine.
Todo y cualquier cosa podían servir a esta cruel criatura para torturar a los que tenían la mala suerte de caer en sus manos.
En medio de los tormentos, Gedeón imaginó con alegría el instante en que podría someterse de nuevo a RoseMary, sentir la dulce caricia de su látigo sobre la piel de la espalda, y los emocionantes cosquilleos de sus tacones de aguja. Incluso el falo artificial le parecía un suplicio soportable cuando Imogena lo torturaba.
Los sufrimientos que Gedeón soportó en casa de Imogena fueron tan intensos que cuando regresó al lado de su bienhechora era como un alumno vergonzoso y completamente sumiso.
Se esperaba una rudeza destinada a comprobar su docilidad, cuando RoseMary le sorprendió acogiéndole con amor. Así que pudo demostrarle sus jóvenes capacidades y, naturalmente, se dejó vestir de mujer con entusiasmo, dispuesto a aguantarlo todo a fin de satisfacer a RoseMary.
—Voy a enviarte unos juntos con Cleopatra, y ya verás cómo te gusta.
Durante su convivencia con Cleopatra, Gedeón fue de sed de lo que más sufrió.
Después de haber lamido los innumerables adornos de cuero, las medias y los dedos de los pies de Cleopatra, debía chuparla a ella misma durante tres o cuatro horas seguidas. Evidentemente, por medidas de higiene, le hacía enjuagar la boca con un detergente particularmente eficaz, pero poco refrescante.
Varias veces al día, se quejó de la sed que le atenazaba. Cleopatra le dio dos o tres veces esta satisfacción, pero luego, se hartó de aquella obligación. Y decidió abrevarlo únicamente una vez por día, pero de tal forma que se le pasaran las ganas de quejarse.
Aquel método funcionó perfectamente. Gedeón pasó una noche atroz y no se atrevió nunca más a pedir de beber...
A parte de una o dos bromas de Cleopatra que estimó de dudoso gusto, Gedeón guardó un recuerdo bastante bueno de aquellos días, particularmente en lo concerniente a los abrazos a veces barrocos, ciertamente, pero siempre excitantes, que Cleopatra le había dado a conocer.
Pero todo aquel placer se borró ante la alegría inmensa que experimentó al ver de nuevo a RoseMary. Hizo prueba de una tal docilidad, de una tal sumisión amorosa que su bienhechora abandonó sus látigos y sus zarpas, para violarlo aquella misma noche, suerte, de la que, naturalmente, no se quejó.

—¡Vaya historia por un golpecito de falo en el culo! —se quejó ella exasperada—. Tendrás que ser más sumiso te guste o no, pues te voy a confiar a Hortensia, a Imogena y a Cora. Y si después de todo esto, regresas a mí, entonces podré estar segura de que me eres adicto.
El solo hecho de oír pronunciar los nombres de las chicas hizo temblar a Gedeón, quien balbuceó su amor por RoseMary.
—Ya veremos si eres tan sincero como pretendes. Mientras, ¡recibe esto en el trasero!
Aprovechando su espanto, le hundió un falo artificial hasta los intestinos.
Al día siguiente, Hortensia vino a buscar a Gedeón.

Los castigos que Hortensia le infligió debían ahogar en él todo deseo de rebelión.
Los castigos variaban. Había, por ejemplo, el del panecillo (bañar la polla de Gedeón en el café hirviendo y luego mordisquearla con apetito).
La peor diversión que Gedeón se vio obligado a conocer en el curso de aquella semana, fue seguramente el boxeo sin guantes, juego en el cual únicamente Hortensia tenía el derecho de golpear, y su adversario no tenía ni el de esquivar los golpes ni el de protegerse.
La última travesura fue ponerle una anilla en la nariz para regresar a casa de RoseMary, evitando así el temor de que se escapara del coche durante el viaje.
Gedeón añoraba a RoseMary.
Ciertamente, Hortensia se interesaba por él continuamente, pero de una manera cruel, incluso cuando pretendía jugar.
Al encontrar a su bienhechora, Gedeón creyó que su sueño iba a realizarse.
Cuando ella se desnudó ante él, a pesar de la tralla del látigo que ondulaba fuera del bolso, creyó que había llegado su felicidad.
¡Ay! Tuvo que desencantarse unos minutos más tarde cuando se dio cuenta de que RoseMary tenía otras ideas.
Gedeón se vistió como le ordenó RoseMary.
—¡Vaya, sigues igual! —se indignó RoseMary mientras lo azotaba—. Pensaba que la estancia en casa de Hortensia te habría vuelto más dócil, pero como veo que no es así, ¡te confiaré a Imogena!
Gedeón imploró, juró que su único deseo era servir a RoseMary. Pero su bienhechora no quiso escuchar nada. Le ató al caballete de la sala de tortura y lo dejó allí toda la noche.
A la mañana siguiente, vino a buscarlo el capitán del yate de Imogena Chevrotine, la más implacable de las tres hermanas.
Satisfacer a Imogena era una vana ambición. Al contrario de su hermana RoseMary y de Hortensia, Imogena no esperaba ninguna clase de docilidad. Le gustaba hacer sufrir.

Todo y cualquier cosa podían servir a esta cruel criatura para torturar a los que tenían la mala suerte de caer en sus manos.
En medio de los tormentos, Gedeón imaginó con alegría el instante en que podría someterse de nuevo a RoseMary, sentir la dulce caricia de su látigo sobre la piel de la espalda, y los emocionantes cosquilleos de sus tacones de aguja. Incluso el falo artificial le parecía un suplicio soportable cuando Imogena lo torturaba.
Los sufrimientos que Gedeón soportó en casa de Imogena fueron tan intensos que cuando regresó al lado de su bienhechora era como un alumno vergonzoso y completamente sumiso.
Se esperaba una rudeza destinada a comprobar su docilidad, cuando RoseMary le sorprendió acogiéndole con amor. Así que pudo demostrarle sus jóvenes capacidades y, naturalmente, se dejó vestir de mujer con entusiasmo, dispuesto a aguantarlo todo a fin de satisfacer a RoseMary.
—Voy a enviarte unos juntos con Cleopatra, y ya verás cómo te gusta.
Durante su convivencia con Cleopatra, Gedeón fue de sed de lo que más sufrió.

Varias veces al día, se quejó de la sed que le atenazaba. Cleopatra le dio dos o tres veces esta satisfacción, pero luego, se hartó de aquella obligación. Y decidió abrevarlo únicamente una vez por día, pero de tal forma que se le pasaran las ganas de quejarse.
Aquel método funcionó perfectamente. Gedeón pasó una noche atroz y no se atrevió nunca más a pedir de beber...
A parte de una o dos bromas de Cleopatra que estimó de dudoso gusto, Gedeón guardó un recuerdo bastante bueno de aquellos días, particularmente en lo concerniente a los abrazos a veces barrocos, ciertamente, pero siempre excitantes, que Cleopatra le había dado a conocer.

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(Texto compendiado del libro de Bart Keister RoseMary Chevrotine)
(Texto compendiado del libro de Bart Keister RoseMary Chevrotine)
SILVIA: TRÁTAME COMO A UNA PUTA
Para mí eso tiene mucho morbo porque de puertas para afuera, de cara a la galería, soy muy decente y formal.
¿Podrías contarme lo que me harías si me tuvieras a tu entera disposición?... Insultarme, golpearme, humillarme, exhibirme, ofrecerme… Todo lo que se te ocurra…
Cuánto más guarro sea lo que me dices más a gusto me correré leyéndolo.
Silvia (Castellón)
– Foto: Nobuyoshi Araki –
EL PLACER DE LA TORTURA

El día en que Lady Goddard descubrió un mapa de Rusia en la cama de su vástago, le otorgó un castigo que perturbó al chiquillo. Horriblemente impresionada por la sensación de esta cosa innombrable creciendo contra su pierna mientras ella lo azotaba con viveza, se atrevió a molestar a su esposo, Lord Marmeduke.
Lord Marmeduke se puso como un loco cuando se enteró del horroroso incidente, y decidió dar inmediatamente a su hijo un brutal castigo.
Cuando recobró el conocimiento después del castigo paterno, Gedeón fue enviado a un pensionado extranjero, cuya disciplina se basaba en una original teoría descubierta por el director y propietario de aquel establecimiento.
El mismo día de su llegada, Gedeón fue rapado antes de tener el honor de ser embutido en un mono fundido especialmente a su medida. Después, añadieron a su uniforme algunos aderezos banales: cadenas, cánula, tacones altos, estrangulamiento del pene. Y así, fue conducido a una de las salas de estudio. Durante varios años, tendría que acudir allí a diario.
El procedimiento educativo se basaba en un simple principio de castigos y recompensas: cada respuesta equivocada suponía una descarga eléctrica en el ano y el pene.

Durante estos años de suplicio, Gedeón no conoció ni un día de descanso.
El director le aconsejó luego que se enrolara en la marina.
Cuando hubo ingresado en el cuerpo, Gedeón se dio cuenta de que la marina no podía enseñarle nada que él no supiera. Pero era demasiado tarde. Se hubiera tirado al agua en zona infestada de tiburones si, por azar, el ciclo de vacunas que había tenido que soportar no le hubiera llevado al borde de la muerte a las pocas semanas.
Cuando salió del estado de coma, se encontró en la enfermería de una escuela inglesa en Jamaica, desde donde tenía que ser repatriado a Gran Bretaña. La enfermera encargada de cuidarle en su convalecencia no era otra que RoseMary Chevrotine.
Habiendo oído hablar de aquel joven aristócrata atormentado, imaginó enseguida el provecho que podía sacar de una tal situación; y no le costó ningún trabajo conseguir que Gedeón le fuera confiado.
Antes de finalizar su convalecencia le preguntó si quería entrar a su servicio, sin ocultarle que tenía la intención de mantenerle bajo la más estricta autoridad.
Gedeón aceptó inmediatamente y cuando subieron al barco ya le pertenecía en cuerpo y alma a la deliciosa RoseMary Chevrotine.
Aunque adorable y encantadora, RoseMary Chevrotine tenía, de todas formas, algunos caprichos algo dolorosos para quienes la rodeaban.
Para evitar que Gedeón formulara alguna objeción, lo amordazó durante la semana siguiente, contentándose con mear de vez en cuando sobre él para evitar que se deshidratase.

Una vez desembarcados en Gran Bretaña, RoseMary y su esclavo se dirigieron a la propiedad de las Chevrotine.
El día de su llegada, invitó a su amiga Hortensia a tomar el té. Mientras la esperaba, se divirtió clavando alfileres en las yemas de los dedos de Gedeón, a quien angustiaba la idea de que una gota de sangre pudiera mancharle la ropa.
¿Qué iba a pensar Hortensia?
Evidentemente, no podía sospechar que Hortensia era tan cruel como RoseMary. Su amistad se basaba en este gusto compartido de hacer sufrir a los hombres.
Sin embargo, toda aquella violencia iba acompañada de algunas delicadezas, y al ser masturbado al mismo tiempo que le golpeaban, Gedeón comprendió que al fin había encontrado su lugar. Malos tratos y masturbaciones parecían ser su destino, pero únicamente le gustaban si venían de dulces manos femeninas.
Hortensia y RoseMary tuvieron la idea de ir a dar un paseo por los alrededores. Gedeón gozó de estos instantes de tranquilidad andando por verdes prados.
Las dos jóvenes desgarraron sus propias ropas y se pusieron a correr por la carretera en dirección a un motorista vestido enteramente de cuero.
— ¡Ayuda! ¡Nos violan! —se pusieron a chillar.

Sin otro comentario se despojó de su traje de cuero y dio por el culo a Gedeón mientras las dos amigas lo sostenían contra el suelo.
Hortensia cogió disimuladamente una piedra y aporreó con ella en la cabeza al motorista mientras este eyaculaba en el recto de Gedeón.
Gedeón tuvo que arrastrar al inconsciente motorista —que se llamaba Malcom— hasta el castillo de las Chevrotine. Tuvo incluso que llevarlo a la cama de su bienhechora, lo que le hizo sentirse algo celoso.

Aquel día, Gedeón, loco de celos, perdió el control y llegó a cometer un sacrilegio que tendría que lamentar durante mucho tiempo.
Cuando RoseMary se disponía a colgarlo por los testículos, aprovechó un segundo de distracción de su bienhechora para apoderarse del látigo. Lo alzó encima de ella y, casi sin darse cuenta, lo dejó caer. El ruido del cuero sobre la suave piel de RoseMary le hizo comprender demasiado tarde la gravedad del sacrilegio que acababa de cometer. Al grito de su amiga acudió Hortensia, que traía a Malcom arrastrando por los pelos.

En el transcurso de la noche y hasta una hora avanzada de la madrugada, la morada de la familia Chevrotine se hizo eco de los aullidos de Malcom y Gedeón.
A la mañana siguiente, dóciles y vestidos ambos con ropas de mujer, y cuidadosamente maquillados por Hortensia, fueron a servir el desayuno a RoseMary y luego fueron utilizados para satisfacer a las dos jóvenes de maneras diversas.
**********
(Texto compendiado del libro de Bart Keister RoseMary Chevrotine)
- Continúa -
SUMISO Y CORNUDO ARREPENTIDO
Testimonio de Elise:

Me dijo que quería ser mi sumiso, someterse totalmente a mí y obedecerme en todo sin excusas, algo, esto último, que sonó muy bien a mis oídos.
Tuvimos varias conversaciones en las que me fue matizando sus deseos y yo le fui poniendo condiciones e interesándome más y más en el tema, que según pasaban los días se me iba haciendo más excitante.
Ahora estoy contentísima de que él haya decidido compartir sus deseos secretos conmigo. Nuestra relación se ha vuelto mucho más agradable (al menos para mí, ya que actualmente "la cabeza" de familia soy tan solo yo), y ya no sabría prescindir de esta forma de vida.
La primera condición que le impuse fue que yo controlaría las relaciones sexuales.
Al principio no fue fácil porque yo no soy por naturaleza ni agresiva ni dominante, aunque lentamente he ido aprendiendo a serlo, y mi marido, a pesar de someterse a mis órdenes en lo referente al sexo, a veces no controlaba su deseo e intentaba una relación, por lo que tuve que aprender a disciplinarlo.
Empecé por lo más sencillo, ordenarle que se echase boca abajo sobre mis piernas y darle una zurra en el culo para luego mandarlo a la cama sin cenar. Así empezó a comprender que yo había tomado en serio mi papel y que mis órdenes había que cumplirlas.
A partir de entonces solo tiene derecho a sentarse en el suelo, excepto si yo le indico lo contrario, y dentro de casa ha de ir siempre vestido con una camiseta corta y un tubo de castidad, tipo CB3000, que lleva puesto las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana, lo cual le recuerda constantemente que es MI sumiso y que ME pertenece, ya que la llave la tengo yo.
En la actualidad, más que mi marido, él es mi chacha, mi "chica" de la limpieza, y creo que todas las mujeres deberían de probarlo para saber el placer que se siente al verse liberadas de TODAS las tareas caseras. DE TODAS. ¡Es fenomenal! Solo por eso ya merecería la pena la experiencia.

Cuando de tarde en tarde le quito el tubo de castidad para joder, está tan excitado que tiene una eyaculación precoz, a veces incluso antes de penetrarme, y eso me frustra mucho. Amo a mi marido, pero también me gusta el sexo, y aunque, cuando él se corre prematuramente, me da gusto con la lengua o un vibrador, echo de menos el sexo auténtico, porque en ocasiones también a mí me gusta sentirme vulnerable, poseída, y mi marido se ha vuelto tan sumiso que no puedo sentirme poseída con él.
Una amiga me ha dicho que mi problema tiene una fácil solución, pues basta con que una o dos veces al mes me tome la noche "libre" y me acueste con los hombres que me apetezca.
Me pareció una buena y excitante idea, pero, como he confesado, quiero a mi marido, por lo que, antes de ponerla en práctica, he decidido contárselo a él y explicarle los motivos que me han llevado a tomar esa decisión. 
Hemos acordado que a cambio de convertirse en cornudo un par de veces al mes, tendrá derecho a que lo libere de cuando en cuando del tubo de castidad durante cinco minutos para masturbarlo, y que yo no traeré a casa a mis amantes, que follaré con ellos siempre fuera y que utilizaré sexo seguro.


Respuesta a Elise :
Tu testimonio debería servir de lección a esos maridos que dicen querer ser dominados por sus mujeres y obedecerlas en todo, pero que a la hora de la verdad, de ponerlo en práctica, intentan echarse atrás o salen con excusas. Has hecho bien no permitiéndoselo al tuyo. En eso hay que ser inflexibles. Si no quería ser dominado que no lo hubiese pedido.
Como mujer dominante tienes derecho a ponerle los cuernos a tu marido cuando quieras, por supuesto, si bien me parece estupendo que, si lo amas, hayas decidido explicárselo para que comprenda tus motivos. Es un detalle que te honra y que te hace más dominante y más fuerte.

Karen
BAJO LOS PIES DE UNA MUJER
Como en el caso de muchos otros testimonios que he leído, yo descubrí en la adolescencia mis inclinaciones masoquistas y fue de una forma casual, como vais a ver.
Había ido con mi familia a una urbanización cerca de Benicasim en la que solíamos pasar el verano junto con otras familias, algunas de ellas también de Aragón.
Nosotros solíamos llegar de los primeros, a principios de julio, y entonces había poca gente porque la mayoría empezaba a llegar a mediados y a finales de mes, que era cuando nos juntábamos un grupo de unos veinte tíos y tías que pasábamos la tarde en la playa y la noche de marcha, la mayoría de las veces por la calle porque en las discotecas a algunos no nos dejaban entrar por la edad (yo tendría unos quince años, no lo recuerdo exactamente) pero lo pasábamos de puta madre.
Entre la poca gente que había venido estaba mi amiga Mari, que tenía más o menos mi edad, y su hermano Paco, que tendría unos diecisiete años.
Mari no estaba mal pero a mí no me gustaba mucho, aunque era bastante cachonda y de las que te permitían algún roce siempre y cuando no te pasases demasiado, eso a mí, porque el año anterior, a Joan, uno de Oropesa que subía a Benicasim de marcha, casi todas las tardes se la meneaba en la playa, debajo de la toalla, en medio de toda la gente. Yo también le insinué que me lo hiciese pero me dijo que me la cascase yo si quería.
Aquel año había venido con ellos una tía de unos dieciséis o diecisiete años que se llamaba Pilar y que, aunque suene a coña, por lo de Pilar, era de Zaragoza.
Pilar era normalita, quiero decir que no destacaba por su belleza o por un cuerpo escultural pero tenía un buen polvo y mucha jeta.
Una tarde empezamos a jugar los cuatro a uno de esos juegos en que alguien propone una pregunta y el que falla debe obedecer una orden o cumplir una especie de castigo.
Para que la orden no fuese directa de una persona a otra, porque si no podría coincidir que Mari tuviese que mandarle a su hermano Paco hacer algo, o viceversa, lo cual los cortaría bastante, las órdenes o castigos se proponían todas por adelantado y se escribían cada una en un papelito que luego se doblaba. Los papelitos se separaban en dos grupos, uno para las tías y otro para nosotros. Hecho eso cogíamos por turno un diccionario de la lengua y le preguntábamos a uno cualquiera de los otros el significado de una palabra. Si no la sabía, y nunca la sabía porque todos escogíamos palabras que no habíamos oído en nuestra puta vida, el elegido debía escoger al azar uno de los papelitos de castigos y hacer lo que en él se le dijese.
Yo fallé la pregunta que me hizo Mari, cogí mi papel, lo desdoblé y… casi me cago. Mi castigo consistía en desnudarme completamente, ponerme unas braguitas y quedarme así hasta que terminase el juego y nos fuésemos a cenar.
Había ido con mi familia a una urbanización cerca de Benicasim en la que solíamos pasar el verano junto con otras familias, algunas de ellas también de Aragón.
Nosotros solíamos llegar de los primeros, a principios de julio, y entonces había poca gente porque la mayoría empezaba a llegar a mediados y a finales de mes, que era cuando nos juntábamos un grupo de unos veinte tíos y tías que pasábamos la tarde en la playa y la noche de marcha, la mayoría de las veces por la calle porque en las discotecas a algunos no nos dejaban entrar por la edad (yo tendría unos quince años, no lo recuerdo exactamente) pero lo pasábamos de puta madre.
Entre la poca gente que había venido estaba mi amiga Mari, que tenía más o menos mi edad, y su hermano Paco, que tendría unos diecisiete años.
Mari no estaba mal pero a mí no me gustaba mucho, aunque era bastante cachonda y de las que te permitían algún roce siempre y cuando no te pasases demasiado, eso a mí, porque el año anterior, a Joan, uno de Oropesa que subía a Benicasim de marcha, casi todas las tardes se la meneaba en la playa, debajo de la toalla, en medio de toda la gente. Yo también le insinué que me lo hiciese pero me dijo que me la cascase yo si quería.

Aquel año había venido con ellos una tía de unos dieciséis o diecisiete años que se llamaba Pilar y que, aunque suene a coña, por lo de Pilar, era de Zaragoza.
Pilar era normalita, quiero decir que no destacaba por su belleza o por un cuerpo escultural pero tenía un buen polvo y mucha jeta.
Una tarde empezamos a jugar los cuatro a uno de esos juegos en que alguien propone una pregunta y el que falla debe obedecer una orden o cumplir una especie de castigo.
Para que la orden no fuese directa de una persona a otra, porque si no podría coincidir que Mari tuviese que mandarle a su hermano Paco hacer algo, o viceversa, lo cual los cortaría bastante, las órdenes o castigos se proponían todas por adelantado y se escribían cada una en un papelito que luego se doblaba. Los papelitos se separaban en dos grupos, uno para las tías y otro para nosotros. Hecho eso cogíamos por turno un diccionario de la lengua y le preguntábamos a uno cualquiera de los otros el significado de una palabra. Si no la sabía, y nunca la sabía porque todos escogíamos palabras que no habíamos oído en nuestra puta vida, el elegido debía escoger al azar uno de los papelitos de castigos y hacer lo que en él se le dijese.
Yo fallé la pregunta que me hizo Mari, cogí mi papel, lo desdoblé y… casi me cago. Mi castigo consistía en desnudarme completamente, ponerme unas braguitas y quedarme así hasta que terminase el juego y nos fuésemos a cenar.

Poco después era Paco quién fallaba y cogía el papel. Su castigo consistía en que Pilar se sentase sobre él. Paco se tumbó en el suelo y Pilar primero se arrodilló y luego se sentó sobre el vientre y estómago de Paco.
Al verla así, tan sonriente, se me puso dura de golpe, de lo que ella se dio cuenta de inmediato porque toda la polla se me disparó fuera de las bragas, que ya apenas me tapaban los cojones, y se echó a reír a carcajadas y le señaló mi polla a Mari que también se descojonó de risa.
Pilar ya no dejó de mirarme, ni a mí ni a mi polla, que seguía súper tiesa, y dijo:
—Me parece que ya sé el próximo castigo que le vamos a poner al tontito. (A partir de aquel momento, no sé por qué, siempre me llamó el tontito).
Dicho y hecho, en la próxima pregunta, que ni me molesté en contestar, Pilar me dijo que no cogiese ningún papel porque mi castigo sería servirle de felpudo.
Me acosté en el suelo, mirando al techo y Pilar se puso de pie sobre mí.
Nunca olvidaré aquel momento. Lo primero por la perspectiva al verla d

Todo aquello y con quince años supongo que es fácil adivinar cuál fue la consecuencia.
Sí, me corrí allí mismo como un cerdo mirando sus piernas, bastante gordezuelas, el bulto de sus tetas y su cara sonriente, por lo que durante un tiempo tuve que aguantar las bromitas de Paco.
En los días siguientes repetimos el juego, pero sin que Paco estuviese presente, solo Mari, Pilar y yo, y siempre terminé sirviéndoles de felpudo con gran placer por parte de ellas y sobre todo de la mía, pues para mí aquello se había convertido en tal obsesión que algunos días llegaba a pajearme hasta ocho veces pensando en Pilar y en el momento en que ella se pusiese de nuevo de pie sobre mi cuerpo desnudo, y digo desnudo porque, cuando no había nadie más en la casa, lo primero que Pilar me decía antes de subirse sobre mí era:
—Tontito, en pelotas.

Fueron unas vacaciones de puta madre.
El día antes de irse Pilar le dijo a Mari:
—Hazme una foto de recuerdo con el tontito de felpudo.
Me tumbé en el suelo y ella se puso de pie muy sonriente sobre mi cabeza mientras Mari nos hacía varias fotos.
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